dissabte, 11 de juny del 2022

CARTA XXXI. Monasterios de nuestra Señora de la Murta y de Cotalva

CARTA XXXI. 

Monasterios de nuestra Señora de la Murta y de Cotalva de la orden de S. Gerónimo: el de Aguas-vivas de la orden de S. Agustín: el de Valdigna de la orden de S. Bernardo: colegiata de Gandía: algunas noticias del convento de dominicos de Luchente. 

Mi querido hermano: Al cabo he podido verificar el viaje que deseaba a los cuatro monasterios que hay en este reino situados en la costa del mar entre Valencia y Denia, que aunque no son tan antiguos como otros muchísimos de España, sin embargo esperaba hallar en ellos algunas antiguallas depositadas por sus fundadores; mas la experiencia me hizo ver el daño que hacen a la literatura las discordias y guerras civiles, (1), cuyo furor no perdona ni aun a los códices viejos encerrados en los archivos; muchos de los cuales suelen perecer y perderse por la misma mano que los quiso salvar. Me ha acontecido en este viaje lo que al P. Martene en el que hizo por la Flandes, y parte de Alemania el año 1718, donde dice que muchas de sus expediciones no tenían otro premio que el dolor de ver por sus ojos la pobreza literaria de algunos monasterios y abadías. En estos de que voy a hablar, queda por lo menos alguna cosa apreciable y digna de memoria. 

El primero que se encuentra caminando hacia el mediodía de Valencia es el de nuestra Señora de la Murta, de la orden de S. Gerónimo, distante como una legua hacia el oriente de la villa de Alcira. Su fundación es del año 1401: está situado en el ángulo de un valle llamado de Miralles, que se va estrechando por entre dos altas sierras, vestidas en todo tiempo de romeros, arrayanes y murtas espesísimas, de donde tomó después el nombre; sitio apacible, muy solitario y a propósito para la contemplación. Esta casa fue en los principios muy pobre, como la pinta el P. Sigüenza; la mayor parte de las cosas preciosas que ahora posee son dádiva de D. Diego Vich, patrono del monasterio, que murió hacia la mitad del siglo XVII. En su sacristía, que es grande y devota, vi un portapaz de plata, de medio palmo de elevación, de dibujo gótico, en cuyo centro hay una figura del Ecce homo: será cuando mas del siglo XV. Item un púlpito de piedra, donde se dice haber predicado S. Vicente Ferrer el año 1409, con un buen cuadro del santo en esa actitud; otro como de tres palmos de elevación, que allí creen ser retrato del Españoleto, pintado por Juan de Ribalta, no lo es. D. Diego Vich regaló al monasterio una porción de retratos de españoles ilustres, originales de Ribalta, cuya noticia puede verse en el Diccionario de profesores de las bellas artes (v. Ribalta), entre los cuales no se halla ninguno del Españoleto; ni a este grande hombre, que floreció en el siglo XVII, puede convenir lo que se figura estar escribiendo en un libro el retratado en este cuadro, je vint... à Bruseles à 28. Nov. 1531; lo cual y la fisonomía parece convenir mejor a Luis Vives: sin duda es de este el retrato de que hablamos, el primero que refiere aquel Diccionario, pintado por Ribalta; el cual con los demás estuvieron antes en la librería, y ahora se hallan esparcidos por el convento. 

De otro cuadro grande maltratado que hay en la misma sacristía me contaron cosas harto singulares: representa la crucifixión del señor, o alguno de los actos preparatorios. En él se halla escrito que le regaló al monasterio mosen Gerónimo Maestre, beneficiado de la parroquial de los santos Juanes de Valencia el año 1522, y que le había traído de Roma un maestro Balaguer, a quien le regaló el papa Eugenio IV, siendo ya entonces opinión común en aquella capital que era pintura del tiempo de los apóstoles: especie de todo punto inverosímil. 

Conservan también aquellos monjes un Horario, o sea Devocionario escrito magníficamente en vitela con muchas miniaturas, el cual, como parece por una nota que hay en él, dio D. Diego Vich entre otras pinturas a este convento de la Murta a 26 de Junio de 1641. Aunque en el calendario y letanías falta el nombre de S. Vicente Ferrer,  le tengo por posterior a su canonización, y escrito muy a los fines del siglo XV, o entrado el siguiente; porque después del calendario se hallan dibujadas las armas imperiales, y al rededor esta inscripción: Maximilianus imperator romanorum semper augustus; y al pie de ellas dice así: HALI-MAS. Por donde debe suponerse posterior este códice al año 1493, que es cuando Maximiliano I fue coronado en Aix. En la plana colateral a esta se halla otro escudo de armas, con estas palabras en el contorno: Franciscus de Taxis, magister postarum serenissimi principis Ka. archiducis Austriae

Al fin del libro, que contiene lo que todos los de esta clase, dice así: Vidit Fr. Joannes Vidal 23 Maji 1586. La biblioteca del monasterio es harto abundante en libros del siglo XVI. Lo más singular que en ella vi es un código MS. en vitela, que contiene los siete libros Divinarum institutionum de Lactancio. Téngole por del siglo XII, aunque las iniciales de bermellón saben a otra mano posterior. Hay en él variantes de consideración, y por lo mismo merece ser consultado cuando los españoles emprendan una nueva edición de las obras de este filósofo cristiano, con que mejoren las extranjeras (* Este códice ha venido a mi poder por especial gracia de aquella comunidad.). Las reliquias principales que aquí se conservan son dos cabezas de las compañeras de Santa Úrsula, un dedo de S. Gregorio Taumaturgo, un diente de S. Gerónimo, y la cabeza de Santa Fulgencia.; otras alhajas reconocí modernas y de poca consecuencia para la historia de la literatura. De este monasterio pasé al llamado de Aguas-vivas de la orden de S. Agustín, donde hace algunos años se guarda la perfecta vida común. El sitio es ameno sobremanera; pero es mucho mas deliciosa la unión y paz con que viven aquellos religiosos, a que contribuye mucho el celo y 

ejemplo de su prelado el P. M. Fr. Basilio Rosell (Rossell), bien conocido por sus tardes monásticas. Otra obra tiene el mismo casi concluida, en que prueba que el antiguo monasterio servitano, cuyo abad fue S. Donato en el siglo VI, estuvo en este mismo sitio de Aguas-vivas. No contradice a esta situación lo que de él dijo S. Ildefonso que estaba in agro setabitano; cuya denominación pudo extenderse a este territorio, que sólo distaba de Sétabis tres leguas escasas. Favorecen mucho a esta opinión las ruinas de edificios que se han hallado en sus inmediaciones; los cuales en la uniformidad de sus áreas, puertas y construcción, y en la proporcionada distancia de unos a otros, muestran bien haber sido celdas de alguna de las lauras antiguas. Otras observaciones tiene recogidas este docto escritor, cuya publicación podrá contribuir a que se aclare este punto tan oscuro de nuestra historia eclesiástica.

Poco más de una legua dista de este monasterio el de Valdigna, de la orden del Císter, donde fuimos hospedados por el señor abad en su palacio. Fundó esta casa el rey D. Jayme II de Aragón hacia fines del siglo XIII. Queda de aquellos tiempos el claustro y alguna otra parte del edificio: lo demás ha tenido varios aumentos y mejoras, que no contribuyen poco a la magnificencia del monasterio. Nuestro primer cuidado fue reconocer la biblioteca, en la cual hallamos lo que en las más de este reino, bastante caudal de libros impresos, pero pocos MS.: húbolos en otros tiempos; mas las guerras asolaron cuanto era capaz de experimentar su furor. De esta y otras desgracias pudo salvarse una biblia en fol. MS. en vitela, de que da razón la nota siguiente: Ista biblia est monasterii Vallisdignae; quam quidem bibliam dedit dominus Jacobus Aragonum rex ffratri Iohanni dicti monasterii tunc abbati. Acaso será anterior al siglo XIII. Más reciente es un salterio MS. vit. 8. secundum ordinem cisterciensium. Posee además este monasterio algunos libros raros, aunque no desconocidos. Mucho se enriquecerá su biblioteca con la del docto maestro S. Juan, abad que fue de esta casa; en ella traté a tu buen amigo el maestro D. Alberico Rubio, y a otros dignos monjes amantes de las buenas letras, no menos dedicados al estudio que a la práctica de las virtudes monásticas. La sacristía es correspondiente a la iglesia, espaciosa, desahogada, y adornada con buenas pinturas. En el relicario, que es muy bueno, vi, entre otras cosas, un cáliz antiguo de plata como de un palmo de elevación; el cráter, que es de figura cónica, tiene ocho dedos de diámetro, y cinco de profundidad: una dalmática moderna al parecer con inscripciones arábigas, de la cual me dijeron que habla Ríos, el difunto cura de Cullera, en una disertación sobre la antigüedad de Llauri. No he podido ver hasta ahora este papel; creo que si la dalmática es de las antiguas, la forma actual de las mangas será obra de remiendos con que han contrahecho aquella pieza; tengo por mas verosímil que toda ella sea obra reciente mandada labrar por algun morisco convertido a nuestra santa fe. Otras reliquias de los moros quedan en una ermita de Santa Ana próxima al monasterio, donde en el alero del tejado se ven muchos ladrillos con caracteres arábigos. Aunque mi principal objeto era visitar el monasterio de Cotalva, quise al paso detenerme en Gandía, para ver aquella iglesia colegial, erigida por Alexandro VI a fines del siglo XV. Mas en su archivo no hallé de lo que buscaba sino el misal valentino en vitela, impreso. en Venecia año 1509, del cual tengo hablado en mis cartas anteriores: item un epistolario impreso en Madrid por Tomás Junta en 1595, y un pontifical romano en fol. con esta nota al fin: Finit liber pontificalis emendatus diligentiam rev. in Christo patris domini Jacobi de Lutiis utriusque juris doctoris, episcopi Cajacensis, et domini Joannis Burckardi, capellae S. D. N. papae caerimoniarum magistri. Impressus Collibus vallis Trompiae per Mafeum de Tracazinis sedente Alexandro VI. P. M. anno ejus XI. MCCCCCIII. die XII Augusti, esto es, seis días antes de morir este papa. Fueron vanas las diligencias que practiqué para adquirir alguna noticia de un hijo de la misma ciudad llamado Onofre Capella o Capilla, buen poeta, que floreció muy a los principios del siglo XVI, discípulo, o por lo menos amigo del sevillano Juan Partenio Tovar, maestro de poética en la universidad de Valencia. Nuestros bibliógrafos no conocieron las obras de estos dos poetas, las cuales se imprimieron en Valencia por Jorge Suriano año 1503; de cuya edición vi años atrás un ejemplar muy raro, que se conserva en la biblioteca de mi convento de S. Onofre. Es un volumen en 4.° que tiene por titulo: Torrentis tarraconensis carmina, y contiene otras poesías latinas, igualmente desconocidas, en loor de la Concepción de nuestra Señora. Allí pues hay una correspondencia epistolar en verso entre Tovar y Capilla; y que este era hijo de Gandía consta de un Tetrastichon de Tovar, en que habla así a su amigo: Musoeum danaum, aut Album te credo Tilbullum, Dirceum aut vatem, Gandia quem genuit.

Este país es deliciosísimo y muy poblado, la gente alegre e industriosa, y el suelo fértil; no son de extrañar las lisonjeras descripciones que hacen de esta tierra los viajeros nacionales y extranjeros. Pero a mí me llevaba toda la atención el monasterio de Cotalva, situado a una legua de esta ciudad hacia el mediodía, fundado por el duque real de Gandía D. Afonso de Aragón en 1388; es esta una de las primeras casas de la orden de S. Gerónimo. Antes estuvo en la Plana de Xabea junto a Denia; mas por las correrías y daños de los moros se trasladaron los monjes a este sitio, que es acaso lo mejor de todos sus contornos. Hace famosa a esta casa, además de la vida regular que en ella florece, la gran colección de pinturas que dejó de su mano el discípulo de Joanes Fr. Nicolás Borrás, casi tan aventajado en el dibujo como su maestro; aunque en el colorido es muy inferior, o porque no le permitía más su pobreza, o porque quiso ser conocido con este carácter. La noticia por menor de sus obras se halla en el Diccionario de los profesores de las bellas artes, cuyo autor se admira de que pudiese pintar tanto un hombre solo; mas era monje, desprendido de todos los negocios y cuidados de la vida, libre de las distracciones de los vicios, es decir, muy apto para servir a la sociedad en las artes y ciencias. En el capítulo, que es bueno, hay una sepultura, de que me contaron muchas maravillas, cuya memoria se conserva por tradición en aquella casa. Una es y muy señalada, que hallándose disminuida la comunidad cuando se trataba de hacer la procesión del Corpus, no se sabe en qué tiempo salieron de la sepultura monjes difuntos, los cuales después de haber asistido a aquel acto volvieron a su huesa. Queda este hecho representado en un mal cuadro, que dice poco con los de Borrás. En la sacristía hay un antiguo portapaz harto parecido al de la Murta. En el archivo vi un códice MS. en papel, que contiene lo que dice el epígrafe siguiente: Constitucions generals ordenades per lo primer capitol general del orde de sanct Jeronim en lo monestir de Gadalub en lani MCCCCXVI (1416). En la biblioteca, que está harto descuidada, reconocí un volumen en 4.° impreso sin foliatura; y aunque por faltarle al fin algunas hojas, no se puede averiguar el lugar y año de la impresión, bien se echa de ver que es de los principios de la tipografía. Contiene lo siguiente: In nomine Domini nostri Jesu Christi, ac gloriosissimae matris suae: incipit liber qualiter ministranda sunt sacramenta religiosis egris juxta morem ordinis eximii doctoris patris nostri Hieronymi. Sigue un tratado con este título: Consideración contemplativa para los que están propinquos a la muerte, sacada del contemptus mundi, y de los soliloquios de Sant Buenaventura. De un Fr. Martín Romeu se conservan allí varios opúsculos MSS., entre los cuales el más considerable es: Apología pro defensione operis B. Ariae Montani. 

El acueducto por donde va encañada el agua una legua distante del monasterio, no quiere competir con el de Segovia en altura y grandeza, como dijo un sabio escritor, aunque está bien construido, y tiene la recomendación de ser obra de los mismos monjes. No hallando ya más en el monasterio que pudiese detenerme, resolví pasar a S. Felipe (Xátiva). En el camino se descubre el convento de mi orden de Luchente, situado en lo alto de un monte, del cual, pues queda lugar, referiré alguna de las cosas que tenía registradas y notadas en él hace algunos años. Conservan en la biblioteca una historia MS. en lemosín del suceso de los Corporales de Daroca, que aconteció en este monte. El autor muestra ser religioso, y en el prólogo dice que su nombre le expresarán las letras iniciales de los seis capítulos de su obra; las cuales unidas forman esta palabra Ragual, que pudo ser su apellido. Es posterior a los tiempos del papa Eugenio IV, de cuya bula para el jubileo de la iglesia de Daroca hace mención en el prólogo; allí mismo dice que dedicaba su escrito a Doña Leonor de Proxita y de Castellet, condesa de Adversa y señora de las Baronías de Almenara y de Luchente. 

Aunque este papel parece escrito con más piedad que crítica; sin embargo creo que algunas curiosidades podrán notar en él los historiadores; como lo es, que la entrada del los cristianos hasta Luchente fue con el permiso del rey D. Jayme I: que se ejecutó antes de la conquista de Valencia, apenas concluida la de Mallorca, esto es, hacia el año 1230: que en ella iba de capitán el famoso D. Berenguer Dentenza (de Entenza, Entensa, Entença), acompañado de D. Fernando Sanchiz de Inerbe (f. Ayerbe), D. Pedro de Luna, D. Pedro Eximénez Carroz (o Carrós), D. Ramon de Cardona y otros caballeros. Novísimamente he pedido una copia de este documento, la cual me ha franqueado el P. Fr. Vicente Maiques, y la envío para la colección. 

En la misma biblioteca vi dos MSS. originales del sabio M. Fr. Tomás Maluenda; el 1.° tiene este título: Praeclara de Antichristo disputatio. Es como el primer borrador de la grande obra que escribió de Antichristo: el 2.° In Davidicos psalmos commentarii, in quibus vetus et vulgata latina editio ex fonte hebraico eruitur et illustratur. Esta obra es más extendida que la que se publicó después, y es sensible que no la concluyese, pues sólo comprende los tres primeros salmos.  

Llámase este convento de Corpus Christi: en el nicho principal del altar mayor se ve de escultura un clérigo en aptitud (actitud) de mostrar al pueblo los Corporales con las formas consagradas teñidas en sangre. La ara está sobre el codol o peñasco, bajo del cual se escondieron los Corporales, cuando con el rebato que dieron los moros, se interrumpió el sacrificio de la misa, en que debían comulgar los capitanes cristianos. Guárdanse allí varias reliquias preciosas; la casa ha florecido siempre en letras y virtud. Algunas tradiciones quedan, si merecen este nombre, de los favores con que se supone haber distinguido Dios aquel lugar y sus moradores, aunque en el día no se cuentan ni oyen sin desprecio. Sólo diré de las repetidas procesiones que se veían por los aires, de las once mil vírgenes; cosa que pudieron tomar de lo que refiere Martene en su viaje de 1718, cuando mil y cien vírgenes de las once mil que se cree están depositadas en el monasterio de los Macabeos en Colonia, fueron en procesión por los aires a la abadía de los cistercienses Altemberg: especies populares, desechadas por aquel sabio monje que supo hermanar la piedad con la buena crítica (a: Voyage litter. de deux religieux benedict. de la congr. de S. Maur. pág. 261. 262.). 

Concluyo con una noticia importante, y de grande ejemplo para los amantes de la literatura nacional. La casualidad me ha presentado un amigo, que lo es muy íntimo del actual prior de la iglesia colegiata de Besalú, D. Luis García Conde, nombrado para tesorero de la catedral de Tortosa. Con esta ocasión manifesté mis deseos de saber la antigüedad que tiene en aquella iglesia colegial la famosa reliquia de la vera cruz, que allí creen poseer, según he oído, desde los tiempos de S. Dámaso en el siglo IV. 

Esta tentativa ha producido los mejores efectos. El señor Conde, noticioso de mi empresa, ha querido remitirme una docta disertación que tenía trabajada acerca de esta reliquia, junto con algunas observaciones críticas sobre la serie cronológica de los condes de Besalú. Y aunque yo debo guardar para cuando llegue a aquella iglesia el hacer uso de su trabajo, no puedo dejar de enviarte la copia de algunos documentos que me ha remitido también, sacada fielmente de los originales que existen en su archivo, los cuales, por no haber publicado Pedro de Marca en su Marca Hispánica, me parecen muy importantes para nuestra colección. Tú los verás, y darás conmigo las gracias a quien tanto se interesa en los progresos e ilustración de nuestra historia

A Dios. Valencia &c. 

NOTAS Y OBSERVACIONES.

(1) Las discordias y guerras civiles, cuyo furor no perdona ni aun a los códices viejos encerrados en los archivos. Son innumerables los archivos y las bibliotecas que han perecido, o han sufrido grandes extravíos y pérdidas por esta causa. Añádense las guerras con los extraños, las irrupciones de gentes bárbaras, los incendios, los robos de los literatos avaros, que han desflorado o disminuido insensiblemente estos depósitos públicos de las buenas letras. Aunque no consta quien fue el autor de las bibliotecas y archivos (V. Reimman. Idea antiq. lit. Aegypciacae p. 96. 8. 44. et p. 176. seq.), por lo menos se sabe que los han tenido todas las naciones cultas, aun en la más remota antigüedad. Dio origen a estos establecimientos la necesidad de guardar las actas e instrumentos públicos, así civiles como religiosos; la liberalidad de los príncipes y de otras personas públicas; el celo de propagar las buenas letras (V. Gundling. Hist. lit. p. 522.). Del conjunto de documentos públicos y otros códices resultaron copiosas bibliotecas entre los hebreos, egipcios, griegos y babilonios: de aquí las de Jerusalén en tiempo de su obispo y mártir S. Alexandro: las profanas de Roma llamadas Ulpia y Palatina: la del presbítero Pánfilo en Cesarea de Palestina, que llegó a juntar hasta treinta mil códices, los más de materias sagradas y eclesiásticas: por no hablar de la pontificia, conocida antiguamente con el nombre de archivo romano, de que hacen ya memoria San Gerónimo y S. Gregorio Papa, amplificada después por Nicolao V, Sixto IV y otros sumos pontífices, cuyo origen y progresos describe exactamente Ángel Rocca (Comment. de biblioth. apost. vaticana.) 

Todas estas bibliotecas y otras innumerables de varios pueblos de oriente y occidente, de que da noticia Struvio en su tratado de Bibliothecis deperditis (Introd. adnot. rei litter. p. 151. seq.) han perecido por la mayor parte, o han quedado de ellas unas leves reliquias esparcidas por varios reinos, de suerte que de las más de ellas apenas queda memoria. 

Igual suerte han tenido otras formadas posteriormente. Mabillon (Praef. musaei italic.) hace memoria de varias bibliotecas incendiadas. Lintrupio (Reliq. incendii Bergens.  Hafn. 1704.) y Edmundo Castello (Epist. dedic. Lexic. Heptagl.) lloran la quema de las suyas. En el incendio de Londres del año 1666 pereció un sinnúmero de libros, cuyo valor llegó a regularse, como dice Struvio, en cincuenta mil libras esterlinas. La famosa biblioteca de Juan Hevelio, la de Antonio Codro, la de Hassensteinio (Hassenstein), la de Stockflet de diez y ocho mil volúmenes selectísimos también se quemaron, sobre cuya desgracia merecen leerse la vida de Hassensteinio por Struvio, la carta de Teustelio a Stockflet, y Kochio de biblioth. ordin. p. 26. Sin salir de España tenemos memoria muy triste del incendio del Escorial, en que perecieron un gran número de códices árabes, y otros no menos estimables, y muchos libros, y la quema recentísima de la biblioteca de MSS. del duque de Alba en la casa nueva junto al Prado. De las bibliotecas incendiadas dio un largo catálogo Schelhormio (in Amoenit litter. t. VII. p. 75 seq.). De otras que han perecido o se han extraviado por varios incidentes tratan Julio Pflugk (Epist. ad Seckendorffium de Biblioth. Budensi pág. mihi 318. seq. Collect. I. Schmidianae), y Bartolino (Diss. ad filios, sigill. p. 20.). Entre estas causas de la pérdida de MSS. y códices de ciertas comunidades, puede señalarse la facilidad de los prelados en deshacerse de ellos, vendiéndolos o trocándolos por libros más usuales, en lo cual, aunque al parecer sirvan a los domésticos, hacen un verdadero perjuicio a los extraños, o más bien a la causa común de las letras, constando que estos códices sólo sirven al público mientras se conservan en los archivos o bibliotecas públicas. De esto se queja Martene en su segundo viaje con motivo del extravío de algunos códices del célebre monasterio de Auchin (Aquicinctum) junto a Douay, y en otros lugares. De ahí nace la actual pobreza de algunas bibliotecas, que han sido riquísimas, como de la de Cluni (Cluny) lo dice Mabillon (Itiner. Burgundic. an. MDCLXXXII. op. posthum. t. 2.p. 22.) y Ruinart de la del monasterio de S. Faron junto a Metz, fundado en el siglo VII (Iter litterar. in Alsat. (Alsacia, Alsace) et Lotharring int. op. posth. Mabillon t. III. p. 414.), y el mismo Martene de las de varios monasterios de Flandes y los Países Bajos (Second. voyag. liter. pág. 82. 106. 107.). 

dijous, 9 de juny del 2022

CARTA XXX. Fabuloso entierro de las lápidas romanas en Valencia a principios del siglo XVI.

CARTA XXX. 

Fabuloso entierro de las lápidas romanas en Valencia a principios del siglo XVI.

Mi querido hermano: Cumpliendo con lo prometido en la carta anterior, voy a contarte la conversación que tuve con el amigo, volviendo de Portaceli a Valencia, sobre las inscripciones romanas de esta ciudad. Para evitar repeticiones de dijo y dije, señalaré las palabras suyas con la letra N, y las mías con la A.

N. Y ¿qué diremos de las innumerables inscripciones que han perecido, las cuales, conservadas, ilustrarían la historia antigua, y honrarían este país, que tanto codiciaron los romanos?

A. Es cierto que hubo un tiempo (1) de ira en la antigüedad en que se desfiguraban las inscripciones, al cual sucedió después otro tiempo de ignorancia en que el pueblo, con dolor de los sabios (2), no conociendo el precio de estas reliquias de la antigüedad, las destruía de todo punto, o las enterraba en los cimientos de los edificios

N. ¿El pueblo dice V.? los magistrados, la gente sabia, si es que merecían este nombre, fueron en algún tiempo autores de este daño. ¿No sabe V. lo que aquí mismo aconteció a principios del siglo XVI? ¿que por consejo, y a instancias del valenciano Juan Celaya, doctor parisiense, mandaron los jurados que se enterrasen en los cimientos del puente que llaman de serranos todas las lápidas romanas que entonces había en esta ciudad, temerosos de que la afición con que eran miradas por algunos degenerase en gentilismo?

¿que por consejo, y a instancias del valenciano Juan Celaya, doctor parisiense, mandaron los jurados que se enterrasen en los cimientos del puente que llaman de serranos todas las lápidas romanas que entonces había en esta ciudad, temerosos de que la afición con que eran miradas por algunos degenerase en gentilismo?

A. Bien sé que eso se ha dicho, pero también sé que son hablillas y fábulas despreciables. Ni en la ilustración de aquel siglo pudo caber tanta barbarie, que de los nombres de los dioses esculpidos en piedras muertas, temiese el magistrado la restauración del gentilismo. Yo creo que esta es fábula.

N. Esa es conjetura muy débil; no basta para tener por fábula una opinión autorizada con el testimonio de tantos escritores. 

A. ¿Qué escritores?

N. ¿Pues ignora V. que aseguran este hecho Escolano (lib. IV. c. 12.), Nicolás Antonio (Bibl. nov. t. I. p. 593), Rodríguez (Bibl. valent. p. 251.), Ximeno (Bibl. scrip. valent. tom. I. p. 107.), Mayans (Epístola XXIII.), Ortí y Sales en su Turiae marmor. (p. 42.), casi todos valencianos, es decir, interesados en quitar a su patria, si posible fuera, este borrón?

A. ¡Gran nube de testigos! pero comencemos suponiendo que la autoridad de todos ellos no pesa más que la de uno solo. Todos citan a Escolano, y se refieren a él en este hecho, con cuya noticia enriqueció el primero de todos la historia de este reino. De suerte que la autoridad de Escolano es la única que debe examinarse en esta materia; y si ella fuere de ningún peso en este punto, como yo creo que lo es, ya ve V. lo que quedará de los otros escritores. 

N. Desearía que fuese así; mas no alcanzo por donde pueda minarse la autoridad de Escolano, que tan decididamente habla en esta materia (a).

(a) Las palabras de Escolano son estas: “ A nuestro gran filósofo Núñez... le oímos muchas veces confesar que algunas de las piedras de Valencia, le habían alumbrado y servido de faraute para penetrar algunos lugares incógnitos de Plinio y de Suetonio Tranquilo. Pero lloraba sobre ellas la sencilla piedad de un gran teólogo parisiense de nuestra nación, llamado el maestro Juan Salaya, que viendo hacer a los curiosos tanta estima de estas piedras romanas, se le antojó que volvía por aquel camino a retoñecer la gentilidad, y el adorar estatuas y dioses de piedra; y para quitarlas que no sirviesen de tropiezo, requirió a los regidores de la ciudad que las mandasen recoger; y pues abrían las zanjas para los cimientos de la puente de los Serranos (que sería por el año de mil quinientos y diez y ocho) las enterrasen en ellas. Pesó más su autoridad que las piedras; y quedaron desde entonces infinitas sepultadas con notable agravio de la antigüedad.” (Hist. de Valencia lib. IV. cap. 12.)

A. Pues yo tengo a mano argumentos para contrarrestarla; de los cuales diría algunos, si no temiera molestar a V. 

N. Todo lo contrario; yo deseo saber la verdad, y poderla apoyar con argumentos sólidos y bien apurados.

A. Está bien; lo primero que salta a los ojos es el silencio de todos los documentos coetáneos al supuesto entierro de las piedras. Un hecho tan ruidoso como es desencajar infinitas piedras, asentadas ya muy de antiguo en las paredes y lugares públicos de la ciudad; ejecutado a instancias de un hombre tan célebre como Celaya; siendo verosímil que precediesen muchos debates, y resistencia por parte de los aficionados a este estudio, que los había allí, como dice Escolano: un hecho digo de esta naturaleza no podía dejar de quedar escrito en los manuales, donde se notaban con extensión las deliberaciones del Consejo general. Mas yo he registrado con gran prolijidad los libros de aquellos tiempos que se conservan íntegros, y ni rastro siquiera se halla de tal cosa, aun donde tratan de la ruina del puente y de los medios para repararle.

N. Argumento negativo es, pero de mucho peso.

A. Es más de lo que parece; aquí hay que considerar que el rey D. Jayme I de Aragón estableció por fuero que Valencia fuese en todo gobernada por los jurados, con el parecer y deliberación de los prohombres; de suerte que sin su consentimiento y aprobación no se quitó jamás ni alteró cosa alguna de los edificios públicos. Los manuales desde el año 1306 hasta el presente están llenos de licencias, mandatos &c. con que el magistrado autorizaba en esta parte hasta las más ligeras alteraciones. Es esto tanta verdad, que habiendo el obispo D. Hugo de Fenollet alcanzado permiso del rey D. Pedro el IV de Aragón para construir a sus expensas un pasadizo desde su palacio a la catedral, para servirse de él en tiempo de lluvias y vientos; a pesar de la licencia real, de la dignidad de la persona y del justo motivo de la pretensión, se resistió el Consejo general a dar su permiso, hasta que al cabo de mucho tiempo, vino en ello por respeto a las personas que mediaron. Otro hecho diré todavía más convincente. En el año 1339 Fr. Jayme Just, administrador del hospital de los Beguines, fabricó en él un soportal, cerrándole con verjas de madera, sin preceder licencia del Consejo general: resistióse este de ello,  en el que se celebró en 27 de junio del mismo año, la mayor parte de los vocales fueron de parecer que se derribase lo fabricado. Mas en consideración al gasto hecho, y a que el fin del administrador fue dar algún desahogo y alivio a los enfermes (per tal que los malalts del dit espital de día pusquessen aver aqui algun refrigeri;) se contentaron con apercibirle y mandarle suspender la obra, y que en caso de ruina no la reedificase. Tan celosos eran de su autoridad los jurados, y tan puntuales los escribanos de sala en dejar escritas las deliberaciones y circunstancias de cosas tan menudas. ¿Cómo era posible que se omitiese estotro (este otro) hecho de tanta conseqüencia (consecuencia)?

N. Verdaderamente hace fuerza esta razón; y más que en el tal negocio, como V. dijo, no habría sólo pedir Celaya, y consentir los jurados; sino que los estudiosos de la antigüedad, viendo que iban a quedar privados de aquellas memorias, y la ciudad afeada con este borrón, precisamente debieron representar, o insinuarse por medio de los prohombres, para que el Consejo general no consintiese en ello. Y así el no hallarse nada escrito, da que sospechar, a no ser que por algún incidente que ignoramos, no se escribiesen estas memorias.

A. Sea así enhorabuena; no quiero empeñarme en ello. Mas agregue V. a estas conjeturas el silencio de Pedro Antón Beuter, que vivió hasta la mitad del siglo XVI, y debió hallarse presente al supuesto entierro de las piedras siendo ya entrado en edad. Y cierto que se le ofreció más de una ocasión para decirlo, y para quejarse de ello, si tal hubiera, siendo como lo fue, muy dado al estudio de estas antiguallas. Mas lejos de hallarse en sus escritos memoria de tal cosa, por lo contrario celebra y como que se regala, acordando las muchas piedras que quedaron de los romanos. En la dedicatoria de la crónica castellana decía a los jurados: "Muchos años ha, magníficos señores, que a petición de los que entonces tenían el regimiento de la ciudad, entendí en compilar un libro de las antigüedades, que en este reyno acaecieron, por buenos y justos respetos. Y como buscando con grandísimo trabajo este propósito en los antiguos escritores, y reconociendo las piedras escritas que de aquellos tiempos quedan aún por memoria &c." Esto es de Beuter.

N. Buena ocasión por cierto para quejarse de un hecho que le privaba de tantos auxilios, que le vinieran muy bien para el desempeño de su encargo.

A. Pues aún es mas notable lo que dice en la dedicatoria de la parte II de la misma crónica: "Sabemos que los romanos no conquistaron el mundo, sin que el español anduviese entre ellos. Quédannos los montones de piedras, memoriales de los  excelentes españoles que fueron en aquel tiempo, con que labramos nuestras casas, empalagados de dar razón de estas cosas a los extranjeros que nos la piden." Aquí se ve que veinte o treinta años después del supuesto entierro había montones de piedras en Valencia, cuyos moradores se gloriaban de mostrarlas y dar razón de ellas a los extranjeros. 

N. Vea V. como retoñecía el gentilismo. 

A. Sí, y son tantas las piedras que el mismo Beuter copió y explicó en sus libros, y las que hacinan Escolano, Diago y otros, que no sé qué decirme de la supuesta proscripción. Porque si esta se hizo por un motivo tan piadoso cual es evitar el peligro de la idolatría, ninguna inscripción gentílica debía quedar exceptuada. Y la primera que para dar exemplo debió haber sufrido el anatema, es la que ya entonces se hallaba en la esquina de la casa de ayuntamiento, copiada por Escolano, col. 787. Y siendo una prohibición religiosa, debieran ante todas cosas haber requerido al arzobispo o cabildo, para que fuese el primero en quitar y enterrar las inscripciones que había en la iglesia catedral. Mas no fue así; antes consta que estas permanecieron en su lugar hasta los tiempos de D. Fr. Isidoro Aliaga, el cual (como dice Vicente del Olmo en su Litología cap. 7.) "mandó picar y borrar las piedras que estaban en la iglesia mayor. Y aunque no se podía recelar riesgo alguno de renovarse en ellas el culto que en tiempo de los romanos tuvieron; pero juzgó por indecente que inscripciones tan profanas ocupasen lugar tan sagrado y eminente, dejando las demás que vemos en otros lugares públicos." 

N. Este si que es verdadero entierro de piedras antiguas; pero acaso estarían tan encajadas en el edificio, que para quitarlas de allí no quedaría más arbitrio que borrarlas. 

A. Así parece; quiso además este prelado cumplir con lo prevenido en el concilio provincial del señor Ayala de 1565. sess. IV. cap. 7. que tiene este título: Quae sapiunt gentilitios ritus è templis removenda: y no hay más. 

N. En resolución, lejos de haber desaparecido las infinitas piedras romanas, se va desvaneciendo la calumnia con que hasta aquí se había desdorado el nombre de Juan de Celaya. 

A. Yo por tal tengo el dicho de Escolano. Era Celaya hombre de mucho saber, y de gran crédito y autoridad en Francia; muy querido del Emperador Carlos V y de su corte; tratado con mucha distinción por los jurados de Valencia, los cuales con el deseo de que se quedase en ella, suprimieron para dotarle bien, siete cátedras de la universidad; hiciéronle su rector perpetuo, con otras mil honras, que acaso despertaron la envidia de alguno para zurcir (urdir) esta novela, y achacarle un hecho incompatible con todas estas circunstancias. 

N. ¿Pues qué Celaya era de Valencia?

A. Sí señor: y dejó su patria muy mozo para ir a París, en cuya universidad se hallaba ya graduado de doctor el año 1494, cuando admitió por criado al célebre Juan Martínez Siliceo, que después fue cardenal arzobispo de Toledo. 

N. A fe que tengo yo copia de los cincuenta y tres cargos que hizo a este cardenal el capítulo toledano, y la respuesta también y satisfacción que dio aquel prelado a cada uno de ellos: buenos documentos para la historia de aquel tiempo, y señaladamente de la iglesia de Toledo.

A. Pues Celaya, después de haber enseñado en aquella universidad, sirvió el oficio de vicario general en diferentes obispados de Francia; fue llamado a la corte del emperador, de quien recibió algunas cartas y otras muestras de estimación, como él mismo lo confiesa en la dedicatoria del tom. 2. de los Sentenciarios: "Pro tuam (dice) caesaream majestate et regiam munificentiam non mediocribus ornamentis me decorasti: quod ad sacram tuam aulam vocaveris, et postea per litteras rectam tuam in me benignitatem significaveris." 

N. Muy en la memoria tiene V. todas estas menudencias.

A. No ha mucho tiempo que estudié con cuidado este punto en las Observaciones a las antigüedades de Valencia, que dejó escritas el P. Fr. Josef Texidor, de mi orden, las cuales se conservan en nuestro convento; de él son casi todas las reflexiones que llevo hechas, y muchas de las que quedan por hacer. Pero volviendo a nuestro asunto, ¿le parece a V. verosímil que un hombre tan acreditado como Celaya, olvidando lo que había aprendido en París, y desentendiéndose de su propia honra, persuadiese una cosa tan bárbara, que ni siquiera soñaron sus mayores, aun en siglos menos ilustrados?

N. No es regular; pero como la piedad teme justamente en ciertos lances el abuso que nace de la falta de ilustración, no sería extraño que Celaya recelase en su patria sobre esto daños que no se habían temido hasta entonces. 

A. Bien pudo ser así; pero ¿y si constase que no estaba aquí Celaya al tiempo del supuesto entierro de las piedras?

N. O! si eso se pudiera probar....

A. Pues oiga V.: el mismo Escolano fija la época de ese entierro en el año 1518, y debió de ser muy en sus principios, y acaso a fines del antecedente; porque la avenida del río, que derribó la puente de serranos, fue a 26 de Septiembre de 1517; y en Noviembre del mismo año ya se trataba de reedificarle. Luego si fuera cierto que en todo el año 1517, ni en el siguiente, no había aún venido Celaya a Valencia, quedaría vindicado su honor. Pues a mi parecer esto se infiere de lo que él mismo dice en el tom. 1.° de los Sentenciarios, hablando con su mecenas D. Miguel Cavanilles, gobernador de Valencia: "Animus (le dice) verè tibi devinctissimus est pro tuis erga me vel maximis meritis, quibus me et Parrhisiis olim prosecutus es, cum honorificentissimam apud Galliarum principem legationem catholici regis nomine obiisti." Esta embajada de Cavanilles en Francia, o fue con ocasión de la paz que Carlos V y Francisco I concertaron en Noyon en 1516, y se ratificó el año siguiente; o acaso duró lo que duró esa paz hasta los años 1520, en que Francisco I, privado de la corona de Alemania a que aspiraba, declaró abiertamente el enojo con que miraba a su competidor. De todos modos Celaya estuvo muy de asiento en París, por lo menos todo el año 1517. Por otra parte consta casi con evidencia que permaneció en Francia hasta muy cerca del año 1525, en el cual los jurados de Valencia escribieron al emperador Carlos V, hablando de la venida de Celaya a esta ciudad como de una cosa reciente. Ha de ver V. esta carta cuando lleguemos a Valencia, porque es el panegírico más cumplido de la ilustración de este doctor, y del aprecio con que le trataron (a: V. apénd. V). En suma dicen los jurados que había venido a ver a su madre y deudos, y que era llamado a la corte del emperador, al cual muestran el más vivo deseo de que este docto varón se quedase para siempre en su patria; porque de él esperaban la reforma de los estudios, y grande adelantamiento en la reciente universidad. Mas como no podían proporcionarle honorario que igualase al que disfrutaba en Francia, donde tenía una dignidad que le redituaba setecientos ducados, y era además vicario general de diez diócesis, de todo lo cual juntaba cada año más de mil ducados; por tanto suplicaban al emperador le diese el canonicato que su majestad tenía en esta catedral, de cuyas rentas nada percibía sino cuando estaba en esta ciudad, y juntamente le mandase no volver más a Francia. No sabemos si efectivamente se le dio esa prebenda; pero consta que permaneció desde entonces aquí, y que le nombraron rector perpetuo de la universidad, contra lo que en sus recientes estatutos estaba mandado, que fuese este oficio trienal. De suerte que sobre no caber en un hombre tan erudito el absurdo que se le imputa, es claro que estando recién venido de Francia en el año 1525, no podía aconsejar ni persuadir lo que se supone hecho siete años antes. 

N. Acaso dirán que los jurados dilataron todo este tiempo el hacer esta gestión.

A. No cabe eso; pues por estos años buscaban los jurados para su universidad doctores de gran fama, y los convidaban con decentes honorarios. Así en 1521 instaron al P. Fr. Juan de Salamanca, de mi orden, que se hallaba en la corte del emperador, para que viniese a regentar una cátedra de teología. He visto la carta que le escribieron en el tomo 41 de las de esta ciudad en su archivo. Portándose así los jurados con un forastero, ¿se hace creíble que dilatasen siete años la misma solicitud, respecto de un hijo de esta ciudad, tan estimado y respetado por ella, que sólo su dicho la movió, como suponen, a enterrar los monumentos romanos ? 

N. No es creíble. Y acaso no le conocerían los jurados sino por una vaga y obscura noticia de su nombre. 

A. No le conocían hasta que vino y le oyeron predicar: y añaden en la carta que este maestro se quedaría gustoso en Valencia; lo cual no dijeran si estaba ya en ella casi siete años. Además que la dignidad y los oficios que en Francia tenía, no permiten suponer tan larga ausencia. Con que no podemos juzgar que Celaya fuese autor de semejante cosa; y que todo ello es un atadijo de ficciones mal digeridas.

N. Pero V. hasta ahora no se ha hecho cargo de la autoridad del gran filósofo Juan Núñez, a quien Escolano oyó referir y lamentar muchas veces esta preocupación y sencilla piedad de Celaya.

A. Este es el único testigo que alega aquel escritor. Pero es testigo que nació en 1529, once años después del supuesto entierro; por consiguiente que adquirió esta noticia de otro, que no se sabe quien sea. Pues ¿en qué seso cabe por un motivo tan débil, dar por cierto un hecho de tanta entidad, y contra el cual están clamando el silencio de los documentos donde debiera constar, los montones de piedras romanas que Beuter después del año 1518 asegura que existían en Valencia, y las que el mismo Núñez confiesa que le habían alumbrado y servido de faraute (herault; heraldo, traductor, intérprete) para penetrar algunos lugares incógnitos de Plinio y Suetonio Tranquilo? Aun yo hallo que Escolano emplea cinco largos capítulos del lib. IV. en la explicación de muchísimas lápidas conservadas dentro de la ciudad; de las cuales algunas son dedicatorias a las Parcas, Serapis, Esculapio y otros héroes de la gentilidad, y casi todas puestas ya de muy antiguo en lugares públicos, donde es de todo punto inverosímil que las ignorase el magistrado. ¿Pues cómo pudo persuadirse este escritor que aquel sabio cuerpo mandase enterrar infinitas piedras para precaver que retoñeciese el gentilismo, cuando dejaba a la vista del publico otras muchas de que podía recelar igual riesgo? Esta reflexión tan obvia debía ser para Escolano de mucho más peso que las lágrimas de Núñez; ya que no quiso detenerse en averiguar si Celaya estaba o no en Valencia al tiempo de zanjar los cimientos del puente de serranos. 

N. Amigo, confieso a V. que antes pisaba yo aquella puente con respeto, considerando los preciosos cimientos que la sustentaban; pero de hoy más la pisaré con miedo, como edificio fundado sobre una fábula.

A. Trate V. la fábula como ella se merece; y vamos a pasar esa puente sin el temor y respeto que V. dice, sino admirando su buena y sólida construcción, y el punto hermoso de vista que desde ella se descubre.

N. He oído que un hábil paisista de esta ciudad está preparando para grabar algunas de las vistas excelentes de que abundan sus contornos. 

A. Así debiera ser; que pues en nada ceden las nuestras a las que nos venden los extranjeros, a lo menos servirían para resarcirnos de las sumas cuantiosas que ellos nos sacan con este género de comercio, vendiéndonos tal vez cosas arbitrarias. Dios nos dé más patriotismo.

Aquí tuvo fin el viaje y la conversación, y lo tiene también la carta. A Dios. 

NOTAS Y OBSERVACIONES.

(1) Hubo un tiempo de ira en la antigüedad en que se desfiguraban las inscripciones. Los romanos solían borrar de las inscripciones los nombres de aquellas personas públicas que se habían granjeado la aversión popular. Así escribe Suetonio que el senado romano se alegró tanto de la muerte de Domiciano, ut novissimé eradendos ubique titulos, abolendamque omnem memoriam decerneret, lo cual declarando Macrobio (Saturnal. lib. I. cap. XII.) dice que se borró el nombre de aquel emperador ex omni aere vel saxo. De Cómodo cuenta también Lampridio (in Commod. c XVII.) que mandó el senado borrar su nombre, alienis operibus incissum. Otros tales ejemplos pueden verse en el índice Gruteriano (Cap. XVII. litt. N.) donde pone la lista de las personas famosas, cuyos nombres fueron quitados de las inscripciones y otros públicos monumentos. Con esto cuadra lo que observan Reinesio (Epist. 69. ad Rupertum pág. 612.) y Perizonio (Dissertat. trias. pág. 22.) sobre una inscripción en que por mandato de Caracalla fueron borrados los nombres de Fulvia Plautila Aug. y de su padre L. Fulvio Plautiano, que era de la familia fulvia, como contra Panvinio y otros lo demostraron el cardenal de Noris (Epoch. Syromacedonum Diss. V. cap. III.) y Pagi (Crit. Baron. ann. CXCIX. n. 4. 5.) por las causas que indica Justo Fontanini De antiquit. Hortae lib. I. Cap. III. Véanse las observaciones de Noris (Epist. consular. pág. 15.) sobre el nombre M. Furii Camilli Scriboniani mandado borrar de una inscripción del año XXXII de Cristo, publicada por Grutero (CXIII. 2.) y Escalígero (De emend. tempor. lib. V. pág. 385.). Mucho se hubiera ilustrado este punto con el tratado De inscriptionibus decreto publico erasis (inglés erase : borrar) que tenía meditado Fontanini, y no sé si llegó a publicarse. 

(2) No conociendo el precio de estas reliquias de la antigüedad. De la utilidad de las inscripciones y del uso de ellas en la historia y la cronología han escrito varios eruditos modernos, especialmente los colectores de estos monumentos, cuyos nombres pueden verse en el Catálogo de la biblioteca bunaviana part. II. lib. VI. desde la pág. 1003. Entre ellos merece distinguido lugar Jano Grutero, cuya copiosa colección de inscripciones ilustrada con los exactos índices de Josef Escalígero (V. Scalig. Epist. 413. seq. à pág. 703.) y aumentada con el suplemento de Jacobo Sponio, ha dado gran luz para aclarar varios puntos dudosos en esta materia. Igual beneficio hicieron la obra intitulada: Monumenta sepulcralia clarorum virorum per totum fere orbem impresa en Francfort en 1585, y otra de Pedro Andrés Canonherio publicada en Antuerpia (Amberes, Antwerpen) en 1614, con el título: Flores illustrium epitaphiorum totius Europae.

A estos pueden añadirse los editores de epitafios y otras inscripciones que se conservan en diversas ciudades y provincias: Francisco Sweertio, que publicó (en Antuerpia 1613.) Monumenta sepulcralia Brabantiae: Juan Grossio, que imprimió (en Basilea 1622) Urbis Basileae (Basel, en Suiza) epitaphia et inscriptiones, obra continuada después por Juan Toniola en 1661: Jorge Gualtero, cuya es la Collectio inscriptionum et tabularum Siciliae atque Brutiorum (impresa en Mesana 1624). Daniel Praschio, que en el mismo año publicó en Ausburgo Epitaphia augustana vindelica: Pablo Aringho, que ilustró muchas inscripciones en su Roma subterránea (Rom. 1651). 

Ilustraron también esta materia el cardenal de Noris, que escribió Caii et Lucii caesarum (Cayo y Lucio) cenotaphia pisana: Sertorio Ursato Monumenta patavina: Juan Seldeno Marmora arundeliana: Miguel Potembeck Epitaphia noribergensia: Andrés Sennerto Athenae et inscriptiones witembergenses: Gisberto Cupero Sylloge variarum veterum inscriptionum; y otros muchos, cuyo ejemplo, seguido en España, daría a los extranjeros las noticias originales de su historia literaria que no tienen, por cuya falta caen en grandes equivocaciones acerca del estado antiguo, civil y eclesiástico de nuestras provincias. 

Curta biografía de Braulio Foz.

BRAULIO FOZ. Va estudiá los primés estudis a Calanda, y al 1807 apareix matriculat a la Universidat de Huesca. Allí, com mols atres compañs,...