Leo en el diario catalán Levante: «Obstinarse en que una comunidad tiene una lengua propia es absurdo», frase dicha por el baturro Ángel López García, Codirector de la Biblioteca Lingüística Catalana y autor de ‘Repensar España desde sus lenguas’. Dada la publicidad que le ofrece el diario catalán, podemos deducir qué filigranas ideará el viejo enredante zaragozano para agradar al Régimen, y lo hace con reflexiones típicas del que presume de imparcial inocencia:
«Ni el español es la ‘lengua nacional’, como puedan serlo el francés o el italiano en sus respectivos países» (López García: Repensar España desde sus lenguas, 2020)
¡Vaya! El francés o italiano son lenguas nacionales, pero no el español. Es raro. Cuando un catalanazi habla con un vasconazi emplea la lengua vehicular de España, el español. En fin, dejamos a López García y sus ideícas para chistes de baturros. De los idiomas, por seguir el tema, se preocupó Pascual Madoz, navarro que estudió en Zaragoza y, en 1833, coordinaba en Barcelona diversas publicaciones y asumía la dirección del periódico ‘El Catalán’. Aparte de su trayectoria política de gobernador de Barcelona, jefe de fuerzas del valle de Arán, hijo adoptivo de Barcelona…, se le recuerda por el Diccionario geográfico-estadístico-histórico’, conocido popularmente como Dicc. Madoz, la obra más completa sobre España y sus costumbres, producciones, folclore, patrimonio artístico, economía, cultura, etc. El diccionario también recogía referencias a idiomas, hablas y dialectos, incluidos los aragoneses; es decir, de los antepasados del citado lingüista Angel López García de Zaragoza; aunque quizá haya olvidado su origen, al estar danzando por la Universidad de Valencia desde hace 40 años.
La documentación es la que puede ayudarnos a disipar la niebla generada por estos personajes. Así, a mediados del XIX, en el turolense Aguaviva usaban un dialecto particular:
«un lenguaje tan particular, que no es usado por los vecinos de los pueblos de su entorno: consiste en una miscelánea del castellano, valenciano, y catalán, que solo ellos entienden, si bien es cierto que cuando salen del pueblo, o hablan con forasteros se sirven de la lengua española.» (Diccionario Madoz: I, año 1845, p.128)
Aquí comprobamos la realidad de tres idiomas: castellano, valenciano y catalán, además del dialecto de Aguaviva (‘Aiguaiva’, en el aragonés local), que actualmente ha sido masticado y digerido por el insaciable expansionismo catalán. El idioma aragonés, fragmentado en mil hablas en el 1850, tuvo su etapa de difusión y se filtraba hasta en textos latinos como el Liber Regum (h.1195). Fue lengua de prestigio en el ms. Vidal Mayor (del 1247 al 1280), escrito en aragonés con el beneplácito de Jaime I; «Nos, don Iavmes, por la g[rat]ia de Dius rey d’Aragon et de Malliorgas et de Ualentia, conde de Barcalona» (Vidal Mayor, h. 1250). En 1250, para Jaime I, existían los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca; pero nada que se llamara Cataluña, Corona Catalana, Gran Cataluña, Países Catalanes y demás ridículas fantasías que, impunemente, enseñan a los niños los colaboracionistas por Aragón, Valencia y Mallorca.
Bajo el franquismo, ante la indolencia de la sociedad, los fascistas catalanes comenzaron a idear nombres como ‘Marca de Ponent’ o ‘Cataluña aragonesa’ para sus nuevos territorios. Al final, en la Barcelona del 1970, cuatro caníbales catalanazis acordaron que el territorio robado a Aragón se llamaría ‘Franja de Ponent de Catalunya’. No hallaron denominación más anodina. Era la táctica despersonalizadora aplicada a los antaño prestigiosos Reinos de Valencia y Mallorca, degradados a ‘País’ e «Illes». En Alemania, bajo el nazismo, la primera medida para convertir en inhumanos a los prisioneros era darles un número y prohibir nombres y apellidos. Después era más fácil la eliminación de esas ‘cosas’ sin nombre.
Iba a escribir un artículo documentado y extenso sobre el saqueo de Aragón, no sólo idiomático, por parte de Cataluña, pero no vale la pena; es inútil y nadie los lee. Lo cierto es que en 1845 constataba Madoz que el dialecto de Aguaviva sólo lo entendían los del pueblo, aunque no tenían problemas en usar el español como lengua vehicular, ese español al que el zaragozano López niega la condición de ‘lengua nacional’. En febrero del 2021, tras la acción del catalanismo, estoy convencido de que en Aguaviva se entienden en catalán con los turistas sardaneros que acuden a visitar las nuevas colonias de la Franja del Poniente. Sinceramente, no tengo ganas de recordar a tiasnurias como Carmen Junyent y otras monjas cojoneras del idioma, que lloran y patalean por la defensa de cualquier dialecto o lengua del mundo (no el español y valenciano, por supuesto) como los 400 dialectos de Nigeria, o los de Australia y Siberia. En Aguaviva supongo que quedará alguien que hable el dialecto que sólo los del pueblo dominaban, hecho que me recuerda el alboroto de filólogos de todas las ganaderías en la defensa del tehuelche de la Patagonia argentina. La única hablante nativa falleció en 2019, pero se ha convertido en un dialecto en proceso de recuperación a bombo y platillo en el país de los psicólogos.
Aquí, en una España donde faltan médicos y medios para combatir el Covid, nos sobra el repugnante colesterol social de cientos de miles de asesores, maestros, periodistas, políticos, comisarios, inmersores y demás parásitos cuya única misión es catalanizar Aragón, Valencia y Mallorca. Cuando pase el tiempo nadie entenderá esta locura. Aquí gobiernan matarifes idiomáticos, y no se limitan a laminar dialectos aragoneses, sino que progresivamente destruyen y prohíben los idiomas valenciano y español. Lamentablemente, en pueblos como Aguaviva, esta labor la facilitan emigrantes que regresan catalanizados de Cataluña e intentan demostrar superioridad hablando la lengua que no es de «las bestias», que diría Torra, sino la de la Gran Cataluña. Hoy no tenemos un Madoz, sólo textos inmersores que enseñan que en la «Franja, el País y las Islas» se habla catalán y somos catalanes.