II.
A este examen vamos a dedicar el resto de nuestra tarea,
procurando señalar la procedencia de algunas palabras, legitimando
en lo posible su uso, probando que a su invención ha precedido
instintivamente el mejor juicio, y manifestando que no son
barbarismos de gente inculta, sino a veces primores que el idioma
castellano debiera prohijar (53) o
no haber abandonado. Entiéndase que para la formación
de este discurso, así como para la del Diccionario que le sigue,
hemos de servirnos, en cuanto nos sea dable, de escritores aragoneses, de anuncios e inscripciones oficiales, de avisos
impresos, de la conversación de personas cultas, y sólo en donde
todo esto no alcance, del habla común de los aragoneses. No
abultaremos, pues, el vocabulario ni la crítica con palabras de las
que frecuentemente se improvisan pero no se extienden ni se hacen
permanentes: tampoco no lo haremos con las locuciones latinas usadas
por nuestros foristas como ne pendente apellatione, artículo de
toliforciam, sentencia de lite pendente, neutram y otras, pues aunque
sabemos que la Academia incluye algunas locuciones latinas, de
antiguo castellanizadas, no le hace, y esto con su habitual
prudencia, sino cuando son del dominio general y no del tecnicismo de
una ciencia; ni tenemos por verdaderamente aragonesas, aunque de uso
particular de nuestros escritores, algunas libertades derivadas del
idioma castellano, como tierra baja para denotar cierta comarca de la
derecha del Ebro y alto Aragón para denotar la de la izquierda,
turbante en sentido del que turba, comisante por el que comisa y
adminiculado de adminicular, voces usadas por Larripa; adrezar que
dice Blancas; catedrero que consignan los Gestis de la Universidad de Zaragoza;
consimile por semejante; reforme por reforma y tisiquez por tisis,
que hemos leído en otra parte; caminos circunstantes que también
hemos visto usado; membranáceo que dice no mal, en lugar de
membranoso, el racionero Latassa; comisarios (54), cercenadores,
lugar tenientes y otros cargos que no puede especificar el
Diccionario de la lengua y que sin embargo son corrientes en los
tratados de legislación aragonesa.
Procedemos
en este punto con tal cautela y tan desapasionadamente, que ni damos
cabida a algunas palabras (55) por el solo hecho de hallarse en
nuestros autores y no en el Diccionario de la Academia; ni incluimos
otras que son explicadas como aragonesas por algunos escritores pero
que en el Diccionario oficial figuran como castellanas, tales son
universidades, gramalla, pedreñal y otras varias; ni acrecemos mucho
nuestro Vocabulario con otras cuya definición académica no tiene el
alcance de los textos aragoneses como en aquellas hermosas palabras
de la Unión “porque non querrian, si Deus e el seynor rey
quissies, tener ni seguir otra carrera que la suya;”
ni aun
reputamos como aragonesa la palabra dosel usada en las coronaciones
de Blancas y calificada como esencialmente aragonesa por él y su
comentador el cronista Andrés, el cual para su mejor inteligencia se
refiere, bien inoportunamente por cierto, al Tesoro de Covarrubias y
al Comento del Polifemo, escrito por García Coronel, cuyos autores
no le dejan muy airoso con sus declaraciones.
Lo
mismo hemos practicado con algunas palabras puramente lemosinas
o catalanas
como mateix, res, tantost, apres, nueyt, muyto, destrenyer (acosar),
los adverbios en ment o mientre, y con mucha más razón cercar por
buscar que usa el Códice de los Privilegios de la Unión, y
environar por cercar que dijo el rey D. Martín en la famosa oración
con que abrió las cortes de 1398. Hemos también omitido algunos de
los muchos tributos o pechas que en documentos latinos aparecen, pero
que no creemos del todo aragoneses, como plantáticum que se pagaba
por echar el ancla, plateaticum por pasar las plazas, porcagium por
los cerdos, salinaticum por la sal, portulaticum y tavitáticum por
las naves, etc.; y también algunos de los oficios de la casa real,
como subbotellerius, subfornarius, sobrecoch (jefe de la cocina)
(Koch,
alemán “koj”: cocinero; inglés cook “kuk”)
y otros varios, si bien con esta ocasión enumeraremos los que se
hallan discernidos en las Ordinaciones
de la Real casa de Aragón,
compiladas por Pedro
IV
en idioma
lemosín
el año 1344, (están
en historia-aragon.blogspot.com , son parte de la colección de los
Bofarull)
traducidas al castellano en 1562 por el protonotario
(protonario
en el original; prothonotari en un texto del Ceremonioso:
https://historia-aragon.blogspot.com/2019/12/offici-sagelladors-scrivania.html
)
D. Miguel Climente de orden del príncipe D. Carlos y dadas a la
estampa en Zaragoza año de 1853 por D. Manuel Lasala, cuyos oficios
(que decíamos) son, dejando a un lado los de uso y nombre más
conocidos, los de botilleros mayores y comunes, aguador de la
botilleria, panaderos mayores y comunes, escuderos trinchantes,
argentarios o ayudantes de cocina, menucier o repartidor, escuderos
que traen los manjares, comprador, cazadores o perreros,
sobreacemilero y sotacemilero, tañedores, escuderos y ayudantes de
cámara, guarda de las tiendas, costurera y su ayudante, especiero,
barrendero y lavador de la plata, hombres del oficio del alguacil
(jusmetidos a él para aprender criminosos), mensajeros de vara o
vergueros, escalentador de la cera para los sellos pendientes,
selladores de la escribanía, promovedores, enderezadores de la
conciencia, sotaporteros; servidor de la limosna (almoyna)
y escribano de ración que era a manera de contador o tenedor de
libros.
Con
igual economía hemos obrado al examinar el Índice
donde se declaran algunos vocablos aragoneses antiguos,
el cual, aunque trabajado por el insigne Blancas;
si bien contiene doscientas nueve voces, pero trae muy pocas
rigurosamente aragonesas; y aun por eso no hemos incluido de entre
ellas sino diez, habiendo despreciado las que nos han parecido
castellanas antiguas, que son las más, y habiendo renunciado no sin
pena a algunas otras que no dejan de tener semblante aragonés, como
son aconsegüexca alcance, bellos ricos, boticayx bofetada, camisot
alba, caxo mejilla, desconexenza ingratitud, esguart cuenta,
guarda-corps sayo, las oras entonces, lunense apártense (luny,
lluny, alunyar, allunyar; chap. llun),
meyancera medianía, ont por esto, pertesca parta o tome, pertaña
toma, rengas riendas, sines sin, vaxiellos vasos, umplie llenó, izca
salga (ixca, ixir, eixir; exitus).
Esa
misma parsimonia, pero mucho más fundada, nos ha guiado en cuanto a
las palabras castellanas que Ducange
define en su Glosario
(56), apoyado en documentos aragoneses, cuales son, entre otras,
acémila, albarda, alodial, arada, armador, azcona, bandosidad,
cabezalero, cahiz, corredor, escombrar, espera, fincar, jurista,
malatia, maleta, mayoral, mezclarse, parral, pérdida, perdidoso,
quilate, quitación, rastro, realengo, renegado, saca, salva,
sesmero, sobreseimiento, soldada, sollo, tapial, taza, timbre,
tornadizo y trepado (57). Y si contra este nuestro sistema de
conceder a Castilla cuanto la Academia le atribuye (sea cual fuere el
verdadero origen de las voces), damos cabida a las ciento o algunas
más académicas que Peralta incluye en su Ensayo de un Diccionario
aragonés castellano, es, no tanto por ser ellas de más uso, si ya
no de procedencia aragonesa, cuanto por respetar, como base de
nuestro Vocabulario, el primer trabajo que se hizo en ese género;
mas, así y todo, las señalamos, para descargo de nuestra
responsabilidad literaria, con una letra particular que las distinga,
y esto nos permite marcar asimismo las que como aragonesas o
provinciales incluye la Academia y las que se deben exclusivamente a
nuestra tal cual diligencia.
Pero
no hacemos tanto, antes las excluimos por completo, con muchas de las
voces que en sus respectivas obras de historia natural escribieron
dos insignes botánicos, Bernardo
Cienfuegos en los primeros años del
siglo XVII y D. Ignacio de Asso
(zaragozano) en los últimos del XVIII. Este, sobre todo, a quien se
deben muy curiosos y eruditos tratados sobre las producciones, las
ciencias, las leyes, la economía política y aun la literatura de
Aragón, tuvo la advertencia de consignar, lo mismo en su Synopsis
stirpium indigenarum Aragoniae
(1779), que en su Introductio ad
Oryctographiam et zoologiam Aragoniæ
(1784), las voces puramente aragonesas con que se designaban y
todavía se designan en el país
(que recorrió herborizando y estudiando su suelo y los animales que
le pueblan) los objetos sometidos a su descripción. En consecuencia
de su plan, calificó unas veces con la palabra vernaculé o
provincial de Aragón, otras con la más expresiva de nostratibus,
las palabras que tenía por exclusivamente aragonesas,
distinguiéndolas de todas las restantes con la anteposición de la
palabra hispanis; y por si pudiera dudarse de que designaba con
aquellos antepuestos los vocablos aragoneses, él mismo lo declara,
ora en el prólogo diciendo Adjunxi etiam vernacula provintiæ nostræ
nomina, ora en el índice que titula Nomina hispánica et vernacula
Aragoniæ.
Y decimos todo esto,
porque parece después muy extraño que persona tan competente en
todo aquello que emprendía, calificara de aragonesas palabras que
pasan por castellanas, como asnallo, balsamina, cadillo, camomila,
cebadilla, ginesta (plantagenet;
parecida a la aliaga, argilaga),
margarita, regaliz (regalíssia),
sosa, tuca, anadón, andario, becada, calandria, chorlito, dogo,
gavilán, lechuza (chuta, ólipa),
pajarel, perdiguero, picaraza (garsa
en Beceite), polla de agua (focha),
pulgón (puó),
saboga, tordo (tord o tort en
Beceite; tordus), triguero, verderol
y otras. Colocónos (nos colocó)
esto en la difícil alternativa, o de aceptar por aragonesas bajo la
fé de quien, puesto que filólogo, al cabo no se distinguió como
etimologista, palabras que no sólo la Academia pero aun los
hablistas castellanos han considerado de uso general entre los
españoles (también chófer, y no es
castellana, a ver si adivinas de dónde viene; o aspirina);
o de desairar, sinó, el voto calificado de un literato dedicado con
ardor a las ciencias naturales y conocedor por sí mismo de los
nombres con que la ciencia y el vulgo designan cada cual los objetos
de la naturaleza. Pero nuestra imparcial elección ha estado en favor
del habla común española, no sólo por el mayor crédito que nos
merecen las muchas y buenas autoridades que contradicen la absoluta
de Asso, sino por otra consideración que, favorable como lo es a
Aragón, no podemos excusarnos de aducirla.
De
esas voces, hoy todas castellanas, supuesto el admitirlas como tales
la Academia, las hay, como balsamina, cadillo, calandria, cebadilla,
chorlito, dogo, gavilán, ginesta, perdiguero, pulgón, regaliz,
saboga y sosa, que ya se hallaban incluidas en la edición príncipe
del Diccionario publicada en 1726 por aquella corporación literaria,
y no se concibe cómo pudo desentenderse de esta autoridad el
naturalista de Asso: pero hay otras, y a la fé muy bellas, como
andario, asnallo, camomila, margarita, pajel,
picaraza,
polla de agua, tordo, tuca y verderol, que no tenían cabida en
aquella edición (58), que en Aragón eran ya muy usuales, y que hoy
han pasado al fondo común de la Academia, sin que de nuestra parte
quepa contra esto reclamación alguna,
(como
pasan casi todas las palabras aragonesas, mallorquinas, valencianas
al DCVB y las consideran catalanas. Sólo hace falta revisar un poco
Lou tresor dóu Felibrige para ver su procedencia occitana)
como quiera que todos los idiomas viven de esos cambios mutuos,
principalmente cuando la lengua de una nación prevalece (como su
política)
sobre los dialectos (o lenguas
documentadas) de las provincias que
vienen a constituirla.
Pero
hay que considerar como aragonesas algunas palabras que, si bien
incluidas como castellanas en el Diccionario general de la lengua, no
puede negarse que son de uso constante, popular, y, por decirlo así,
privilegiado en Aragón, mientras lo tienen muy raro o ninguno fuera
de él, pudiendo asegurarse desde ahora que, pasado algún tiempo, y
cuando ya la Academia forme la convicción en que nosotros nos
hallamos, habrá de conservarlas en su Diccionario con el carácter
exclusivo de provinciales de Aragón (59). Aquí, en efecto, se dice
suplicaciones por barquillos como en el Desden con el desden; no
marra por no falla como en las farsas de Lucas Fernández; aturar,
como en Berceo «Abrán con el diablo siempre a aturar, y como en
Lorenzo de Segura «Anda cuemo ruda que no quiere aturar,» amanta,
amprar, arguello, arramblar, caño, malmeter, masar, paridera,
punchar, rematado, vencejo, y otras varias (60) que se usan
frecuentemente entre nosotros, y de las cuales y otras ya notó
Capmany
que algunas, como aturar, cal, dita, malmeter, ostal y pudor, eran a
un tiempo de Cataluña y de Castilla.
De
entre las palabras verdaderamente aragonesas aunque de apariencia
castellana, de entre las palabras que, a cambio de otras citadas y
consentidas como castellanas, tenemos que revindicar como nuestras y
sólo nuestras, citaremos más detenidamente, por ser de las más
vulgares en nuestro pueblo llano y sólo en él, la famosa expresión
impersonal no me cal
(no te cal, no le cal) en significación de no me importa, no me
conviene, no me es menester, no me cumple, no tengo que etc., cuya
frase, que no traen ni Covarrubias, ni la Academia en su Diccionario
grande, ni el jesuita Terreros, ni Rosal en su Diccionario
manuscrito, se halla autorizada en nuestros días como castellana por
la Academia de la lengua, pero usada como aragonesa por sólo
nuestros labriegos. (Yo soy filólogo
de literatura inglesa y la uso en mi pueblo, Beceite)
- En el poema del Cid hablando este de los Infantes sus yernos dice
Curiellos quiquier ca dellos poco min' cal, y más atrás Si el rey
me lo quisiere tomar, a mi non minchal: en el Poema de Alejandro se
lee non te cal ca se vencires non te menguarán vasallos, y en otra
parte Mas quequier que él diga a mi poco me cala: en las poesías
atribuidas (61) a D. Alonso el Sabio también encontramos
E
si vos veis este fuego
non
vos otras cosas calen;
en
el Laberinto de Juan de Mena
Mas
al presente hablar no me cale;
Verdad
lo permite, temor lo devieda;
en
las poesías de A. Alvárez Villasandino:
Ya
non me cal
pensar
en al; (chap. ya no me cal pensá en
datra cosa)
en
las farsas o cuasi-comedias de Lucas Fernández n' os cale desemular;
y, lo que es mucho más notable, en las epístolas del obispo
Guevara, predicador de Carlos I, «no le cale vivir en Italia el que
no tiene privanza de rey para se defender.»
Pero
aunque las autoridades que llevamos citadas han podido influir en la
Academia para la admisión de esa voz, que sin embargo no vemos
incluida en el gran Diccionario de autoridades de aquella
corporación, ni tampoco en el de Terreros publicado en 1786, debemos
advertir que quienes la han conservado sin interrupción son los
aragoneses, desde que (a nuestro parecer) la tomaron de los
provenzales,
en cuya poesía se halla usada repetidas veces, así como la tienen
el idioma italiano
en calere, el francés antiguo en chaloir, el catalan en caldrér,
y, aun forzando un poco la analogía, el latín en calescere,
agitarse, moverse, pudiéndose decir no me mueve, no me agita, no me
domina, no me da cuidado, no me importa. Del uso lemosín no puede
dudarse al leer en una canción de Pedro III no m' calgra no me sería
necesario, y en un poema anterior (62) perteneciente a los primeros
años del siglo XIII y publicado y traducido recientemente por
Fauriel
Per
Dieu, n’ Ugs, ditz lo coms, nons clametx que nous cal.
Por
Dios, D. Hugo, dijo el Conde, no os quejéis, que no os conviene.
y
más adelante al verso 4844
A
la meridiana quel soleilhs pren lombral
el
baro de la vila estan á no men cal.
esto
es “al mediodía, cuando el sol penetra en todo sombrío y los
defensores de la ciudad están descuidados”, o “no están sobre
las armas,” como viene a decir Fauriel, o “están en un no me
importa,” si fuera posible traducir así aquella expresión que de
todos modos indica el abandono.
Y
finalmente, verso 4913
Mas
non aia Belcaires temensa que nolh cal.
que Fauriel traduce “Mais
que Beaucaire n'ait plus de crainte; il n'en doit pas avoir" y
que en castellano se puede expresar diciendo “Pero no tema
Beaucaire, pues no debe, pues no le corresponde, pues no tiene
motivo, pues no tiene por qué.”
Haciendo
punto en esta digresión, ya demasiado extensa pero no inútil a
nuestro propósito, y anudando el pensamiento de donde ha partido,
tócanos manifestar que, señaladas las palabras usadas por autores
aragoneses mas no por eso aragonesas, e indicadas también las que a
toda luz son de Aragón aunque todavía calificadas como castellanas;
pudieran añadirse ciertas otras generalmente usadas en Aragón y
que, a pesar de serlo en Castilla por escritores de nota, no tienen
cabida como castellanas en el Diccionario de la lengua; tales son
haldeta que usa Moratín en aquel verso de sus Navés
de Cortés.
de
azul y negro las haldetas de ante;
esmangamazos,
que, sin el prepuesto privativo, leemos en aquellos versos del
Cancionero de Baena
A
ty mangamazo syo otra tonsura.
por
mi serà dada muy gran penitencia;
(págs.
447 y 481.)
laminero, que tanto divierte a los castellanos cuando
lo oyen a algún aragonés y que, sin embargo, no sólo es muy
natural derivado de lamer, y muy parecido a lamistero y lamiscado,
sino que se ve usado en el arcipreste de Hita,
La
golosina tienes goloso laminero;
a placer, que vemos en aquel
romance
en
corte del rey Alfonso
Bernardo
a placer vivía;
pintar,
que usan nuestros pastores por tallar, aunque justo es decir que la
Academia lo hace sinónimo de escribir, explicando bien ambas
versiones aquellos versos encantadores de Gil Polo
mas
serate cosa triste
ver
tu nombre allí pintado (señalado en mil robles)
…..
no
creo yo que te asombre
tanto
el verte allí pintada etc.;
mueso,
o bocado, (mos; mossegá)
que derivado de morsus (de donde después almuerzo) (amorsá,
almorsá) se halla como provincial
de Aragón y, no obstante, lo encontramos en el Poema del Cid.
Nol'
pueden facer comer un mueso de pan,
y
en el de Alejandro aunque con varia lección, y en los poetas del
Cancionero de Baena
E
luego será del todo vengado
el
mueso podrido que dió el escorpion
….
Mas
freno sin mueso é chapa
vos
daria aun emprestado;
peñora
(pignorare)
y caritatero que explican Berganza y Merino, dando a pennora el
significado de multa y prenda, y a caritas el de refección de bebida
tras la colación y lección espiritual; tastar, (taste
inglés: probar) que si bien se
halla en sentido de tocar, derivado de tactus, también tiene en
Berceo el de probar o morder en aquel verso
Que
de meior boccado non podriedes tastar;
macelo, cuyo derivado
macelario no incluye la Academia pero sí en sus vocabularios los
eruditos PP. Berganza y Merino; vencejo, de vinculum, (vencill,
bensill, etc; para atar una garba de paja, alfalfa)
que, aunque admitido por la Academia en significación de ligadura,
sobre todo para atar las haces
(feix, feixos)
de las mieses, lo declara
D. Tomás Antonio Sánchez privativo de
Aragón al explicar el verso de Berceo
Alzáronlo
de tierra con un duro venceio;
cútio,
que en Aragón significa constante, diario, no interrumpido, conforme
con su elimología quotidie, quotidianus, y que la Academia escribe y
explica de otro modo, poniendo cutío,
trabajo material, y omitiendo absolutamente en su Diccionario el
adjetivo cutiano (quotidiano) (cotidiano)
que leemos en el poema de Alejandro
Un
pasarïello que echaba un grant grito
andaba
cutiano redor de la tienda fito
y
en Berceo
facie
Dios por los omes miraclos cutiano
y
en el célebre Villasandino
Pues
memento mey cutiano disanto.
de,
partícula expletiva que se usa en la frase me dijo de
antes su parecer, y en otras parecidas, y que también usan nuestros
clásicos como Cervantes, “tan bien barbado y tan sano como de
antes,“ y el obispo Guevara “y sus pueblos quedaron como de antes
perdidos.“
Añadiríamos
a estas algunas otras palabras y frases que, siendo muy familiares en
Aragón, y no teniendo nada de exóticas ni nuevas, están excluidas,
no obstante, del Diccionario de la Academia, por donde oficialmente
resultan no ser castellanas, mientras son positivamente, ya que no
aragonesas, de uso aragonés; pero atribuyendo este silencio, no a
decisión magistral sino a descuido inevitable de aquel sabio cuerpo
literario, no adicionaremos el anterior catálogo ni aun con las dos
que por ahora nos ocurren. Es la una llevar la corriente, frase que
hemos oído a castellanos puros y que usa el Duque de Rivas (poeta
cordobés) en el romance último de su Moro Expósito
“,
le acaricia, le lleva la corriente”
La
otra es la voz medicina que no se define por la Academia sino como
“ciencia de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano,”
y que en sentido de medicamento (63) es en Aragón vulgarísima, se
usa mucho por los facultativos y se lee con frecuencia en las
Ordinaciones del Hospital de Zaragoza 1656, siendo además común a
la lengua italiana
y al dialecto catalán,
pero que no puede formar parte de nuestro Diccionario cuando la vemos
usada en todos los más distinguidos escritores castellanos, desde
Cervantes a Espronceda, desde Quevedo hasta el poeta popular Trueba,
y lo mismo en fr. Luis de Granada que dice sin los tormentos de los
médicos y las medicinas, en Mexía como
el buen medico sus medicinas, en
Guevara y lo poco que las medicinas le han aprovechado, en Rhúa que
sana la herida con medicinas lenitivas.
Pasando
ahora a uno de los más notables grupos en que pueden dividirse las
palabras aragonesas, digamos en honor suyo que este pueblo ha
conservado un gran número de las que constituyeron el habla antigua
castellana, siendo ya consideradas como arcaísmos fuera de uso
algunas y no pocas, que acá
nos son del todo familiares, y que en parte componen el más usual
vocabulario de la gente inculta, cuyos modismos excitan hasta cierto
punto la compasión de quien los oye, ignorándose, aun por nosotros
mismos, que así hablaron los padres del común idioma castellano.
Sería,
en efecto, un trabajo muy curioso el de reunir las voces,
incorrectísimas hoy, de las clases últimas del pueblo, y observar
su perfecta identidad, no ya con las que se emplearon en los siglos
primeros del habla, sino aun con muchas de los escritores que
florecieron en el siglo XVI (64). Llegarían esas semejanzas hasta el
punto de ser fácil componer todo un discurso, y aun todo un libro,
con palabras tomadas del antiguo castellano, que sin embargo serían
exactamente las que usa con predilección el pueblo aragonés; bien
que muchas de ellas no dejan de ser comunes con el ya bárbaro
dialecto que todavía conserva el estado llano en toda España. Sean
ejemplo de esta observación, sin que por eso abultemos con ellas
nuestro Diccionario, las palabras niervo; omecida, gomitar,
buticario, reconvinió, *prolvengan, filicidad, tuviendo,
entreviniendo, abellota, quisiendo, *previdencia, risistir, pidir,
dicir, recebir, vieda (veda), siguidilla, ambrolla, crocodilo,
(latino puro) virificar, ogepción, asasinar, etc. Séanlo también
mesmo, trujo (65), agora, escuro, enantes, dende, que los poetas
dicen con frecuencia. Séanlo igualmente estentinos, malmeter y
rancar, que usa Juan Lorenzo de Segura; emparar que se lee en Berceo;
bulra, estoria, estruir y mandurria que emplea el arcipreste de Hita
; churizo (66), (choricer en Alcañiz,
jueves lardero y chorizo) previlegio
y rétulo, que nos dice Covarrubias; rabaño y aspárrago que
conforman más con la etimología hebrea y latina; pedricado, que
dice el rabí D. Santob; cantacio, estentino y otras muchas que se
ven en el Cancionero de Baena; empués, que dice Marcuello (pero
también Berceo); agüelo y cudicia Aldrete; acontentar el autor del
Diálogo de las lenguas; inconvinientes, encorporar y muchas otras
Zurita; riguridad Tirso de Molina; mesmamente el P. Isla.
Pero
estas palabras no son otra cosa, aunque saludadas con el nombre de
barbarismos, sino ligeras desviaciones enfónicas
de otras verdaderamente castellanas: las hay que siendo notadas en
Castilla como arcaísmos, son en Aragón bastante corrientes, y de
ellas citaremos (aunque no hagamos uso de todas en el Diccionario)
abejera, aconsolar, afigir, afirmar, almuestas, aplegar, apoticario,
árcaz, asin, asisia, asumir, azarolla, bahurrero, batifulla,
batimiento, bogeta, buco, cadillo, calendata, cablieva, canso,
capacear, casada, cocote, coda, espedo, fajo, fendilla, ferial,
fosal, interese, marzapán, mayordombría, mida, mueso, nano,
ostaleros, otri, pasturar, peñorar, pigre, tardano, tributación
etc.; de cuyo catálogo, que pudiéramos no sin dificultad
engrandecer, se deduce lo que ya hemos indicado, es a saber, la
religiosidad con que el pueblo ha guardado la antigua manera de
hablar, haciendo en él la ignorancia las veces del respeto.
No
son menos recomendables, pues son igualmente puras y perfectamente
conformes con la índole o genio del idioma, las palabras compuestas
que ostenta el aragonés.
No hay para qué decir la belleza y el
número que de los compuestos resulta; ni la facilidad con que la
lengua española los admite, merced a sus terminaciones vocales y a
la buena proporción en que entran estas letras; ni la condensación
que producen, economizando circumloquios y partículas; ni el uso que
de ellos hicieron las lenguas antiguas, principalmente la griega:
todo es demasiado conocido para necesitar esplanarlo,
y mucho menos aquí en donde por otra parte no tiene su principal
asiento. Pues bien: de estas composiciones que deben tomarse, sino es
en las ciencias, del fondo que ofrece el propio idioma (según lo
insinuó Mayans con acierto, tomando cabalmente por ejemplo una voz
aragonesa) hay algunas, entre las muchas que a cada
paso
inventa la conversación, como aguacibera, aguallevado, aguatiello,
ajoarriero, ajolio, alicáncano, alicortado, antecoger, antípoca,
apañacuencos, arquimesa, arrancasiega, babazorro, botinflado,
cabecequia,
carasol, casamuda, cazamoscas, contrayerba, entrecavar, escondecucas,
gallipuente (gallipont, gallipons),
habarroz, hurtadineros, malbusca, matacabra, matacan, miramar,
paniquesa, rabiojo, sobrebueno, sobrecielo, tragacantos, zabacequias.
Y
si de los compuestos pasamos a los derivados, que son una parte tan
principal, y por ventura la más numerosa de los idiomas, ¿cuántos
no encontraremos en Aragón, cuya mayor parte debieran adoptarse por
la Academia? Permítasenos ofrecer de ellos una muestra, la cual,
contribuyendo a esclarecer este punto, dejará también probado que
en la conservación tenaz de sus modos de hablar, generalmente
proceden los aragoneses con una lógica instintiva, muy ajena de la
especie de extrañeza depresiva con que son saludados sus
provincialismos. Véanse, sino, las palabras aceitero, adinerar,
afascalar, agramar, aguachinar, agüera, ahojar, aladrada, alaica,
anzoleto, añero, apabilado, apenar, aquebrazarse, arrancadero,
arrobero, asolarse, azutero (azud,
assut), bajero, boalage, bolsear,
brazal, cabecero, cabezudo, cabreo, calorina, callizo, canalera,
cantal, capolado, capucete, casera, comprero, collete, cresarse,
crujida, cuaternado, culturar, cunar, chorrada, defenecer, dentera,
desbravar, descodar, desgana, encerrona, engafetar, enzurizar,
esbafar, escorchón, escorredero, estribera, frontinazo, galgueado,
helera, huevatero, jetazo, juguesca, lavacio, manifacero, mañanada,
maseta, matacía, mitadenco, molada, ocheno, oleaza, parejo,
pastenco, peduco, picoleta, plantero, pulgarillas, racimar, repaso,
saquera, simoso, sondormir, sudadero, tardada, ternasco, vendería,
volandero.
Hay
otras muchas palabras que difieren muy poco de las correspondientes
castellanas, resultado necesario de la varia eufonía de las
provincias, a veces de la mayor o menor fidelidad etimológica, y no
pocas del simple decurso de los tiempos, que refinan o adulteran,
pero no para todos, el idioma. Vocablos hay que varían la
terminación, como abejero por abejaruco, ancheza por anchura,
apuñadar por apuñear (puño,
puñada; puñetazo), azanoriate por
zanahoria, balsete por balsilla, blanquero por blanqueador, capaza
(capazo)
por capacho, cargadal por cargazón, corrinche por corrincho,
chaparrazo por chaparrón, dalla por dalle (guadaña),
exigidero por exigible, friolenco por friolento (friolero,
friolera), perera por peral,
pescatero por pescadero, picor por picazón, rocador por rocadero.
Unos se han sincopado en Aragón, como abrío por averío, albada
por alborada,
(auba
Mallorca, alba) cartuario por
cartulario, censalista por censualista, cobar por cobijar, chapear
por chapotear, mida por medida, zanguilón por zangarullón: otros,
al contrario, se han alargado por epéntesis,
como alirón por alón, bienza por binza, cadiera por cadira,
carracla por carraca, empedrear por empedrar, hilarza por hilaza,
jarapotear por jaropear, marrega por marga, panso por paso, valentor
por valor. Unos suprimen por aféresis
la sílaba inicial, como caparra por alcaparra (también
garrapata), dula por adula, jada por
azada, jambrar por enjambrar, pedrada por apedreada, zafrán por
azafrán (safrá; saffron):
otros la toman por prótesis, como amerar por merar, asesteadero por
sesteadero, atrazar por trazar. Unos pierden la final por apócope,
como alum, brócul, caparrós, espinai, por alumbre, bróculi,
(brócoli) caparrosa y espinaca: otros la toman, como rondalla por
ronda. Algunos duplican una letra, como acerolla, sarrampión, por
acerola, sarampión: otros son anagramáticos, como amorgonar y
arraclan, (arraclau, arreclau)
por amugronar y alacrán: otros obedecen más al origen latino, como
bufonería, calonia, concello, curto, gramen por buhonería, caloña,
concejo, corto, grama (lo gram en
Beceite): otros padecen la leve
alteración que algunos gramáticos llaman antítesis,
(metátesis)
como sucede en achacarse, albellón, alcorzar, almadia, anganillas,
aradro, bofo, boteja, cogullada, ensundia, furrufalla, garufo,
gayata, jijallo, lezna, mandurria, panolla, (mazorca)
restrojera, rujiada, tamborinazo y vendema, cuyas
equivalencias castellanas no es necesario enumerar
(para la gente poco versada es
necesario). Otros, finalmente, se
distinguen por su sílaba inicial es, que en Aragón suele preceder
como privativa en lugar del antepuesto des, y aun aumentarse a la voz
castellana, como se ve en esbafar, escañarse, escrismar, esgarrar,
espatarrarse, estral, estrévedes (67) y esvarar, bien que la lengua
castellana es también abundante en esas voces, la mayor parte
anticuadas (y esto prueba nuevamente en favor de Aragón lo que a la
página 71 llevamos dicho) como escañar, esfogar, esfriar,
espabilar, espalmar, espavorido, espedirse, espejar, espeluzar,
esperezarse, espolvorear, esposado y estajo.
También
son de citar, y merecerían una interesante explicación individual,
algunas palabras y modismos, que, sin separarse del idioma común,
tienen valor nuevo en Aragón, por estar tomadas graciosamente en
sentido figurado o translaticio, cuya manera de hablar es uno de los
más altos primores de una lengua. Notaremos como ejemplo,
acantalear, ajustarse, albarrano, andaderas, anieblado, armarse
fandango, asnillo, bandearse, barbaridad, brazo de S. Valero (68),
caballón, cárcavo, carmenar, crujida, chaparrudo, echar la
barredera (69), echar la ley, encabezado, encanarse, dar carrete,
florecer la almendrera, garras, gorrino, guitón, gusanera, herejía
(heregia),
indignarse la llaga, julepe, jusepico, lucero, lucidario, macerar,
mazada, morir a loseta, mostacilla, nazareno, pinganetas, salida de
pavana, tiorba y otras.
A este grupo corresponden igualmente la
palabra tocino en que los aragoneses toman la parte por el todo; las
palabras azulejo, elástico, y esponjado, que toman pie de la
cualidad sobresaliente del objeto para darle nombre; también
talegazo y titada, cuya analogía con costalada y monería no deja de
ser curiosa; igualmente bigardo, que aplicándose primeramente a unos
frailes de la orden de S. Francisco condenados por herejes en
Alemania e Italia, se extendió después a los de mala vida,
concluyendo por significar en Aragón el mancebo de grandes medros y
de buena apariencia para el trabajo pero que hace vida inútil y
ociosa; y finalmente las antonomásticas florín que así se llamó
por ser usual en Florencia, según Merino; frederical, con motivo del
manto que usaron algunos Fadriques de Sicilia, según la explicación
de Blancas; con D. Antón te topes, a guisa de maldición, en
recuerdo de D. Antonio de Luna que asesinó al arzobispo de Zaragoza
en los disturbios promovidos por el conde de Urgel; más listo que
Cardona, con alusión al vizconde de ese título que, aterrado por el
miedo cuando su grande amigo el infante D. Fernando fue mandado matar
en 1363 por el rey su hermano, huyó precipitadamente desde Castellón
a Cardona pasando el Ebro, por Amposta; ya se murió el rey D. Juan,
frase proverbial alusiva al pródigo D. Juan II y dirigida contra los
ambiciosos de mercedes; que viene Vargas, expresión con que se
asusta a los niños desde la jornada funesta en que aquel mandó
prender y decapitar a Lanuza de orden de Felipe II; zaforas, voz
moderna, suponemos que ocasionada por el longista Zaforas en cuya
casa se dice que sirvió como criado el famoso Cabarrús; piculín,
en recuerdo de un famoso volteador de aquel nombre que, procedente de
Castellón de la Plana, trabajó en Zaragoza muy a gusto de todos
desde 1803 a. 1815, según Casamayor (70), bien así como en Castilla
ejecutó sus habilidades en el siglo XVI el italiano Buratin, de
donde tomaron ese nombre los volatines en general, según lo hemos
leído en algún trabajo etimológico y aun nos parece recordar que
en alguna comedia de Lope, por más que en el Diccionario de la
Academia no hayamos hallado esa palabra.
Viniendo
ahora a las etimologías, por demás está que repitamos lo que ya
hemos indicado en este punto, ocioso es que digamos de nuevo lo que
por otra parte de todos es sabido: las lenguas se forman por aluvión
y por derivación, de lo cual nace su división en familias, el
parentesco estrecho que a muchas liga entre sí, la riqueza misma que
ostentan, como se ve en la griega con la acumulación de sus
dialectos, en la latina con su imitación griega, en las germánicas
y neolatinas con la asimilación de sus afines y con el contacto de
los pueblos conquistados y conquistadores, aliados y enemigos. Pero
si es un gran mérito filial, como lo es a nuestros ojos, la
conservación cariñosa de las raíces o voces matrices, supuesta la
necesaria y aun oportuna reforma de la sintaxis, en Aragón hay por
qué envanecerse en este punto, pues son muchas las voces
provinciales que derivan inmediatamente del idioma del Lacio (71).
Unas
han conservado toda su estructura latina, como lumen-domus,
articulata, calendata, portata, testificata, exhibita, cancelata,
extracta, intramarino, ultramarino, cisterno, forideclinatorio,
paciscente, y bonavero que, aunque tiene por su terminación aire
español, procede de la frase antigua Bona vero quæ demandantur sunt
hæc, y expresa hoy como entonces la lista de los bienes a que se
refiere la demanda.
Otras son idénticas, o no han variado sino
la desinencia o la ortografía, como ápoca, apoticario, ordio,
cicures, brisa, ligona, uva, lucidario, sansa, comanda, excrex,
convenido, pigre y motilar. Otras, aunque un poco más desemejantes,
conservan muy visible su procedencia, como cuaderna, adimplemento, la
Seo, coda, falenciales, oleaza, túberas, fiemo (fem;
humus; estiércol), macelo,
farinetas (farina : harina),
batifulla, fabear, zaborra y fabolines. Otras, en fin, aunque no de
tan incuestionable etimología, la tienen bastante lógica, y desde
luego mucho menos violenta de lo que suelen buscarla muchos
etimólogos, a quienes, por lo mismo de no poseer nosotros su caudal,
no
los imitaremos ciertamente en
disiparlo: tales son geta, gitar y jetar, de getare (y no de jacere,
como otros suponen) (gitar : acostar
sí es de jacere; gitar : expulsar, echar; foragitar);
besque de viscus (pasta de muérdago
viscosa, pegajosa, para atrapar pájaros);
fajo (y aun fascal) de fax, origen de haz, (fasces;
feix) hacinar etc.; huebra derivado
de opera, que debió pasar por opra, obra y uebra, acabando por
recibir entre nosotros un sentido genérico o trópico; aturar que
Rosal (72) deriva de obturare; emberar acaso de ver, primavera, por
empezar a colorear entonces algunas frutas, como se dice agostar
al marchitarse de las plantas (agosto);
exárico de exaro; concieto, de conceptus deseo concebido; muñido de
monere, avisar, citar, obligar a comparecer; vellutero, de vellus,
lana (vellut : terciopelo);
trincar, de trincare, silvar, beber, dar muestras de recocijo;
encante de in cantu; amosta, de amba manu hausta, según Monlau;
tastar de tactus; mueso, de morsus; vencejo de vinculus; rufo, tal
vez de rufus, rubio (rubeo : rojo);
teruelo acaso de textula, tejuela con que en lo antiguo se votaba;
caritatero, probablemente de charitas, a juzgar por el objeto de
aquel cargo que suponemos equivalente al de limosnero; baste, quizá
de bastaga, transporte, o de basterna, litera; calamonar, no muy
extraño a calamenthum yerba; bando, que puede provenir de pando,
siendo tan conformes las dos letras labiales en que se diferencian
ambas voces; luquete, a luce como dice Rosal, aunque esa palabra no
la incluye la Academia como aragonesa sino como castellana.
Otra
de las más copiosas fuentes de donde el idioma español ha tomado un
gran número de palabras, es la lengua árabe que, correspondiendo a
una civilización muy adelantada sobre todas las de Europa, hubo de
forzarnos a admitir, con sus raros conocimientos en las ciencias y
artes, las voces que servían a desarrollarlos. No se habló en
Aragón aquel idioma como en otras provincias, y es que tampoco no
fue tan larga la dominación árabe, reconquistada Zaragoza en 1188 y
Valencia (por D. Jaime) en 1238; pero fuélo todavía lo bastante
para imprimirnos su influencia; y sobre todo nos impusieron los
árabes en adelante, aun después de sometidos, ese suave yugo que,
por lo mismo de no ser impuesto a la violencia sino en el seno de la
paz, es, no sólo más duradero, pero aun tan honroso a los
conquistados como a los conquistadores. Todavía subsisten, sobre
todo en Valencia, pero también en Aragón y aun en Navarra, y claro
es que en muchos otros puntos de España aun sin contar la Andalucía,
prácticas agrícolas, costumbres indelebles, restos, del traje
calles y barrios, y principalmente muchos vocablos de la lengua árabe
con que la nuestra ha venido a enriquecerse.
Sobre
las voces que son generales a toda España, y que Marina enumera
cuidadosamente hasta formar un catálogo de cerca de mil quinientas,
si bien algunas de origen griego u oriental pero siempre transmitidas
a nosotros por los árabes, tiene Aragón otras propias de las cuales
citaremos ajada, ajadón, alamín, alberge, albarán, alcohol,
alfarda, algorín, almenara, almud, almudí, amelgar, antibo (de
anteba, hincharse), arcaz, arguello, arna, aturar (73), badal,
bailío, barreño, bocal, boto, bucarán, eraje, gaya, gafete, jauto,
jebe, jeto, jimenzar, lapo, márfega, márraga, mossen, rafalla,
rafe, sirga y zafrán; a las cuales no dudamos en agregar las
investigadas a ruego nuestro por un competente amigo nuestro (74), de
entre los cuales son incuestionablemente árabes, según sus informes
razonados, alguaza, alquinio, antosta, badina, bahurrero, cabidar,
capleta, charada, fardacho, fizón, maigar, tabarda, tría, zaborra y
zalear; muy verosímiles alfarrazar, alacet,
arcén, buega, cija, libón, y liza, y algún tanto dudosas abollón,
*aribol, batueco, bistreta, boira, caramullo, cibiaca, cocón,
cospillo, cudujón, fejudo, fres, güellas, jasco, lillas, pardina y
pocho.
(En el glosario etimológico
de las palabras españolas de origen oriental, de Leopoldo De Eguilaz
y Yanguas he encontrado algo: Baden, badina.
La zanja que dejan hecha las corrientes de las aguas. Charca. De *
bátin, "rebajado, hundido (suelo terreno) en Kaz. "the low
or depressed tract of land, of the plain, where water rests and
stagnates" en Lane. Alix. (badina, badines, a Beseit, la badina
negra al Parrissal). // ALACET.
Voz aragonesa que significa fundamento
de un edificio. Borao.
Es la arábiga alist
o alicet,
que, entre otras acepciones, tiene la de fundamento en Kazimirski.
Tráela R. Martín bajo la forma *ar alast
o alacet,
según la pronunciación vulgar, aunque con significado distinto.
Acaso alacet no sea más que la contracción de *ar alisését, pl.
de alisés, fundamentum en R. Martín, la base
o cimiento
de un edificio.)
En
cuanto a la influencia provenzal,
(ver Lou tresor dóu Felibrige,
Mistral) con decir que se sintió
más o menos aun en Castilla, no puede sorprender que en Aragón
fuese extraordinaria, y lo admirable es, pero no menos cierto, que
aquí no resultase un dialecto como
el catalán o valenciano, y que
alcanzara a conservarse el idioma español, nacido como en Castilla
pero independientemente de Castilla, y perfeccionado lentamente no
sin alguna intervención castellana, pero desde luego con más y
mejores aunque no muy aprovechados elementos. Haciendo fondo común
de las voces puramente lemosinas
y de las catalanas,
tenemos, principalmente de estas, un buen número, siéndonos
perfectamente comunes amosta, baga, banova, barral, botiga, braga,
bresca, corcar, embafar, empentar, escalfeta, escalibar esclafar,
esgarrifarse, falca, fuina, gallofa, garba, garraspa, ginjol, gosar,
greuge, madrilla, mas, máscara, porguesas, pudor, purna, quera, a
ran, sirga, taca, tastar, tongada, trena, trucar, veguero, veta, y,
según puede verse en Raynouard (75), adobar, aturar, borda, getar,
rosigar, tetar y alguna otra; así como también son comunes al
aragonés y al catalán, aunque aquel les ha dado desinencia o
pronunciación castellanas, ajordar, calage, calibo, fitero, guito,
manifacero, masobero, tinelo, trespontin etc. y lo son también, o
por su raíz o por su semejanza, argadillo, cuquera, espenjador,
fosqueta, garrampa, milocha y alguna otra.
Algunas
de estas palabras pertenecen también a los otros idiomas
neo-latinos, no siendo fácil decidir si fueron elaboradas a un mismo
tiempo, ni en caso contrario de qué parte estuvo la precedencia;
pero de todos modos es lo cierto que tastar, por ejemplo, es común a
los idiomas aragonés, catalán, francés e italiano, (e
inglés, taste) que botiga, y gingol
(jíngol, gínjol),
traspontín y aun falordia lo son a los tres primeros, que fuina,
muir, taca y aun escalfeta lo son al aragonés, al catalán y al
italiano. En cuanto a las semejanzas del aragonés con el francés o
el italiano pueden citarse, respecto a este, gratar, chemecar,
falaguera (de follegiare), y aun badal y picota; y respecto a aquel
acoplar, aguaitar (de guetter), alberge, argent, (Ag,
argentum, plata) becardon,
chapelete, empachar, esparvel (de épervier) (esparver,
esparvé), fuina, guipar (de gûepe
abispa), manchar, mazonero, niquitoso (de nique mueca), planzón,
pocha, pochada y algunas otras como gallón que la Academia escribe
gasón tal vez por aproximarla al gazón francés, y mascarar que,
desusado hoy por ellos más no por nosotros, usó sin embargo
Rabelais en “Gargantúa) se mascaroyt le nez.”
Expuesto
ya, si bien concisamente y sin extendernos a observaciones,
panegíricas, lo más preciso de saber para la inteligencia del habla
aragonesa en lo tocante a su
historia, su etimología, su propiedad y aun sus ventajas,
seguramente que completaría en gran parte nuestro trabajo la
exposición de los modismos, frases o refranes peculiares de Aragón;
pero nos ha retraído de esta idea, no sólo la dificultad de
llevarla a cabo con algún acierto, sino la consideración de que
aquellas maneras usuales de decir no alteran en nada el idioma
castellano, ni difieren (sino es en los pueblos del Somontano (76))
de la sintaxis común, ni marcan ninguna genialidad aragonesa, ni son
otra cosa que combinaciones de las sin número que permite un idioma,
y que todos los días crea el gusto o la improvisación individual.
Ni las construcciones poderse asumir
a bolsa de caballero y llevar mujeres a ganancia,
que usan nuestros fueros, tienen nada de repugnante con el idioma
castellano; ni ofrecen originalidad de alguna monta las frases campar
por sus respetos, no le hace por no importa, conducir por Ebro vez de
vez de conducir por el Ebro, jugar a pelota (creo
que en Navarra y País Vasco se usa también)
por a la pelota, parar fuerte por mantenerse sano, vagar te puede por
ancho te viene, hacer duelo por dar lástima, (sobre
todo en la comida: me hace duelo dejármelo: me fa dol dixámeu; no
te cale : no te cal : explicado más arriba)
el Juan y la Isabel por Juan e Isabel (77), (el
artículo delante del nombre propio se usa en toda España, pese a lo
que diga la gramática; la Yoli, la Jeni, el Jonatan, etc)
sin parar por al momento, tal cual por al punto y otras como estas;
ni tampoco los decires familiares o proverbiales pan de mi alforja,
hasta las pulgas toman tabaco, a sopas hechas, ir atrás como el
soguero, peor que Geta, más malo que Piván, más feo que Tito, peor
que Fierrabrás (Fier-à-bras) (Fierabrás),
más célebre que Barceló por la mar (con alusión al famoso marino
mallorquín del siglo pasado), sabe más que Briján (Bricán
nigromante o hechicero, como Merlín, según Milá), tiene más que
Zaporta (cuya esplendidez se conserva en Zaragoza en el palacio
monumental de su nombre que después se llamó de la Infanta por
haberlo habitado la esposa del infante D. Luis), con la faldeta
remangada, priétate la frente, para cuestas arriba quiero mi mulo,
como los perros en misa, el que a su enemigo plañe en sus manos
muere, más vale sudar que estornudar, más caro que el salmón de
Alagón, que se pasa el asado, serio como bragueta de ciego, viejo
como las bragas de fr. Pedro, sabido como el chiste de Saputo (78),
qué trenzadera o qué alpargata lleva (embriaguez o (borrachera),
donde Cristo dio las tres voces (en paraje extraviado), irse por
Val-de-Gurriana (desviarse del camino natural aunque sea en la
conversación, en el juego etc.), costar un sentido, ya viene
Martinico (para decir a los niños que les entra el sueño), más
duro que el pie de Cristo, llamar a Cachano con dos tejas (querer un
imposible, apelar a quien no puede socorrernos) y otros de ese
carácter ; ni encontraríamos cosa alguna reparable sino en muy
contadas locuciones que en cierto modo alteran el idioma y se
presentan en él como verdaderos solecismos,
según lo vemos en ir viaje o estar viaje por ir de viaje o estar de
viaje, se lo dé V. por déselo V., es tu
que no llueve usado por la gente vulgar en forma interrogativa en vez
de ¿cuánto va que no llueve?, lo qué? por qué?, en
puesto de y en igual de por en vez
de (locus : lugar, puesto, lloch,
lloc, loc, loch; en lloch de, en lloc de, en puesto de, en ves de),
hasta de
ahora por hasta ahora, con otras que pudieran añadirse y que
nosotros omitimos rebuscar.
En
lo que sí queremos detenernos algún tanto es en el gracioso
diminutivo en ico,
que consideramos más bien como un modismo que como una palabra, y
que, si bien es manera de hablar muy castellana y aún no considerada
como arcaísmo por el Diccionario de la lengua, pero es desusada y
aun ridícula entre los castellanos, al paso que muy general en todas
las clases sociales de Aragón y de Navarra (y
Murcia).
Y decimos que muy
general, porque hemos de confesar que un gran número de palabras de
las que hemos citado como aragonesas, y por ventura las más
interesantes, como cal, aturar, amprar y muchísimas otras, ya no se
conservan sino entre las clases ínfimas del pueblo; que también acá
(acá se conserva más en Sudamérica,
en España ven p'acá, p'aquí) ha
cundido entre las personas cultas el desdén hacia nuestras bellezas
provinciales; pero el diminutivo de que hablamos es universal, y ya
no depende de la educación sino del nacimiento.
El
idioma español, rico en los diminutivos cual ningún otro, y desde
luego muchísimo más que el hebreo, el árabe, el griego y aun el
latín y el italiano, como que reúne más de treinta diversas
terminaciones (79), habiendo palabra que permite ella sola doce
desinencias,
claro es que no aplica todas esas variantes o aumentos de final a
todas las palabras, antes se conforma con lo que cada una permite
(80); mas en medio de ser esto cierto, las en ico,
en illo
y en ito
son terminaciones generales que se aplican indistintamente a casi
todos los nombres, habiendo entre ellas una verdadera sinonimia.
Pero
el diminutivo en ico
tiene dos ventajas incontestables, el uso preferente que de él
hicieron los padres de la lengua, y su significación especial e
intrínsecamente distinta de los de otras terminaciones. En los
escritores de nuestros orígenes, sobre cuyos sencillos versos parece
que vagaba, como una fresca brisa sobre las plantas silvestres, el
ambiente de la naturalidad, era el diminutivo en ico el que dominaba
en la expresión de los afectos o las apreciaciones, y por eso es tan
general en la poesía popular y en la familiar de posteriores
tiempos. ¡Qué bien dicho está en una farsa de Lucas Fernéndez
¡Oh,
pastorcico serrano!
¿viste,
hermano,
un
caballero pasar?
y
en un romance sobre el moro Calainos
Bien
vengáis, el francesico
de
Francia la natural?
¡Cuán
propio es de la poesía de Castillejo, último trovador de los amores
y la sátira, paladín de la poesía nacional contra los
petrarquistas, contra los luteranos como él decía, cuán propios
son de aquella poesía fácil y sentida aquellos versos, ya
pertenecientes a una época muy adelantada, en que se pinta con
gracia inimitable a un vizcaíno borracho metamorfoseado
en mosquito
tuvo con esto a la par
una
risica donosa,
las
piernas se le mudaron
en
unas zanquitas chicas,
los
brazos en dos alicas,
dos
cornecicos por cejas!
¡Qué
bien sienta en Rodrigo de Cota o Juan de Mena, o quien quiera que
escribiese la primitiva Celestina (que nosotros no hemos de desatar
nuestras dudas como el editor de Barcelona que atribuyó a aquellos
dos tan admirable obra); qué bien sienta aquella aglomeración
graciosa de diminutivos «Nezuelo, loquito, angelico, perlica,
simplecico, lobitos en tal gestico, llégate acá putico etc.»! ¡Qué
encanto hay en aquellas deleitables fontecicas de filosofía, que nos
dice Fernando de Rojas! (autor de la
Celestina)
¡Qué espontaneidad
tan amorosa en Fr. Luis de Granada el pollico que nace luego se pone
debajo de las alas de la gallina... y lo mismo hace el corderico; en
Mendoza las mañanicas del verano a refrescar y almorzar; en Santa
Teresa al primer airecico de persecución se pierden estas
florecicas; en Guevara lo demás que callandico me pedistes en la
oreja etc.; en Ávila cuando aconseja conservar esta centellica del
celestial fuego; en Lope para quien la constelación de S. Telmo era
una estrellica como un diamante! (81) ¡Qué difíciles son de
enmendar aquellas tajadicas subtiles de carne de membrillo con que se
atendía a la voracidad plebeya de Sancho el Gobernador, aquellos
zapaticos para sus hijos que echaba de menos su mujer, y, entre
muchos pasajes de la GITANILLA DE MADRID, aquel «Preciosica, canta
el romance que aquí va porque es muy bueno”! y ¡cuán superior es
en la misma novela aquel cabo de romance (82) «Gitanica que de
hermosa te pueden dar parabienes» sobre el que le sigue «Hermosita,
hermosita, la de las manos de plata!» ¡Qué tono de familiaridad en
aquella carta de Caballero de la Tenaza «Ahora es, y aun no acabo de
santiguarme de la nota del billetico de esta mañana!" (83) Y
viniendo todavía más a nuestros tiempos, cuando la lengua y la
poesía tocaban el último grado de la perfección, el principio ya
de su inminente decadencia, léanse nuestros grandes poetas
dramáticos y líricos, y veremos que, cuando el asunto les consiente
cierta familiaridad, prefieren el ico para denotarla más fielmente,
como en los versos de Calderón
La
ropilla ancha de espaldas,
derribadica
de hombros,
y redondica de falda;
como
en Moreto, en quien todavía resulta más terminantemente nuestro
aserto cuando entre sus personajes de TRAMPA ADELANTE pone a Jusepico
y Manuelico pajes,
a
la manera de Quevedo que llama Pablicos al héroe de su novela el
Buscón (84).
Tan
admitido era entre los más serios escritores aquel diminutivo, que
en el testamento (verdadero o falso) del Brocense, el cual inserta e
impugna con su exquisito natural buen juicio el Sr. marqués de
Morante en la excelente vida de aquel humanista publicada como
apéndice al tomo V de su Catálogo, hay una cláusula que dice
«Item, Mando a Antonita mi nieta el mi lignum crucis con su
cristalico у las seis esmeraldas de que está cercado»; y, lo que
es más reparable, Covarrubias, cuyo lenguaje didáctico parece que
había de excluir todo diminutivo, dice al explicar (bien
ridículamente por cierto) la etimología del gavilán «cuasi
cavilan por la astucia y sutileza con que hace presa en las
avecicas,» cuya frase le copia y prohija la Academia en la primera y
más completa impresión de su Diccionario (85).
Y
para que se vea con otro género de prueba la importancia que tuvo
ese diminutivo, obsérvese que hay palabras de
que no ha quedado, según la
Academia, sino el diminutivo en ico, por ejemplo bolsico, calecico,
doselico, farandulica, sonetico, fuellecico y zamarrico, a las cuales
pueden añadirse las locuciones y refranes veranico de S. Martín,
mañanicas de abril buenas son de dormir, Romero ahíto saca zatico
etc.: hay algunas que no admiten otro que él, como Perico, borrico,
gemidicos y lloramicos; (ploramiques,
els pluramicas catalanistas) otras
que han venido a determinar una nueva significación perdiendo
absolutamente la diminutiva, como acerico, pellico, velico,
villancico, farolico, (en sentido de yerba), frailecico (en el doble
de ave y pieza del torno de la seda), besicos de monja (en el de
planta), (teticas o tetillas de
monja, el dulce o pasta, o algo delicioso; mamelleta de monja)
palmadica (en el de baile), y tal vez espacico sinónimo de aciago en
los antiguos escritores. (despacico
conmigo, que tiro de chirla y te echo las tripas en un canasto. José
Mota, de un lugar de La Mancha)
La
segunda ventaja que abona el uso del diminutivo en ico es su
particular significación, (decimos
ahora significado) pues aunque
parecen sinónimos los en ico, illo e ito, que la Academia agrupa
concediendo la elección al buen gusto del escritor, es lo cierto que
el diminutivo aragonés (permítasenos esta frase) tiene dos
diferencias con aquellos otros, una que podemos llaman gramatical y
otra moral, una que se resuelve como todas las cuestiones de
sinónimos, otra que tiene relación con el carácter del país en
que principalmente se conserva generalizado aquel diminutivo. La
diferencia gramatical, a la verdad no muy marcada desde que la
supresión del diminutivo en ico ha refundido en los otros su
verdadero significado, consiste en que la terminación en illo tiende
visiblemente al desprecio, al achicamiento voluntario de un objeto,
por ejemplo, chiquillo, capitancillo; la en ito tiene algunas veces
carácter depresivo y no pocas denota cierta repugnante hipocresía,
como se observa por ejemplo en las frases ¡ tiene una risita! ¡la
mosquita muerta!; la en ico demuestra cariño o predilección, siendo
a lo menos un aditamento inofensivo, como nos lo declara
prácticamente el ejemplo que llevamos citado de la CELESTINA, en el
cual se ve que prepondera aquella expresiva terminación para la
alabanza, angelico, perlica, simplecica, gestico, y se reservan otras
para lo que puede indicar detracción, como nezuelo, loquito y
lobitos. En cuanto a la diferencia moral, estriba en que el
diminutivo en ico representa el lenguaje de la familiaridad, de la
conversación, de la intimidad, y por decirlo así, de la buena fé,
fuera del cual apunta en cierta manera el estudio, el disimulo, la
desconfianza, la reserva, la falta de espontaneidad.
Hemos
expuesto, sucintamente algunas veces, y otras con mayor difusión,
los caracteres esenciales del idioma aragonés, mal apreciado en
general, tan poco estudiado aún por los mismos aragoneses, pero tan
digno de un examen todavía más lato que el que le hemos consagrado.
Las fuentes de donde procede, que son las más puras; la respetuosa
conservación de voces latinas, y sobre todo de españolas antiguas;
la asimilación que se ha procurado parca y atinadamente con las
arábigas y lemosinas; la suma de sus palabras técnicas, compuestas,
derivadas y aun onomatópicas,
en todo conformes con el carácter de la lengua española; la
expresión genial, candorosa y fácil que distingue a muchos de sus
vocablos y a no pocos de sus modismos; todo contribuye a darle un
conjunto inexplicable de belleza que, si no se ha beneficiado todo lo
posible, consiste en que la sumisión aragonesa y la tiranía
castellana puede decirse que han concurrido a eliminar de la
literatura los elementos más útiles del idioma aragonés, que viene
a ser una variante
cuando no un complemento del impropiamente
llamado castellano.
De
las ventajas que a este mismo lleva, algo es lo que ya tenemos
indicado, pero todavía podemos añadir tal cual observación que se
compadece muy bien con nuestro objeto. Hay palabras, como ababol,
que, no desmereciendo en suavidad de sus respectivas castellanas,
obedecen más a su etimología: hay otras, como abortín, que
conforman mejor con el genio de la lengua, si bien ya sabemos que por
uno de los muchos secretos de la española los diminutivos tienen a
veces desinencia aumentativa (a la hebrea y griega) como sucede en
anadón y liebratón, verdadera antítesis de otros, como tordella
que es aumentativo: hay otras, como remoldar, que son más concretas,
pues en ese mismo ejemplo vemos que Castilla hace sinónimos a
remoldar y podar, mientras en Aragón lo uno se refiere a los árboles
y lo otro a las vides (esporgá,
expurgar, pera los abres; podá la viña, desullá, etc.):
hay otras, como cortada y huevatera, muy superiores a sus análogas
corte y huevera, que en castellano son ambiguas y confusas por sus
diversas significaciones: otras que tienen más conformidad con la
lengua madre, como uva, que responde en Cicerón y en Fedro, como
entre los aragoneses, a la idea castellana de racimo, que en Columela
todavía expresa el que forman de sus propios cuerpos las abejas, y
que en Virgilio tiene la más general significación de cepa o vid,
fert uva racemos: hay otras sutilísimas, como respetudo y gobernudo,
que denotan, no ya la idea despectiva propia de esa terminación,
sino una especie de falsa importancia, pues respetudo quiere decir el
que inspira cierto infundado respeto, no por lo que es en sí, sino
por su edad, su figura y su entonación oraculosa; y gobernudo, no el
que es realmente metódico y ordenado, sino el que bulle mucho y
parece estar en todo, aunque positivamente no tenga tanto gobierno
como agilidad y movimiento: hay otras dotadas de gran propiedad y de
muy buenas condiciones eufónicas, como agüera, alud, asnada, brisa,
caloyo, eraje, jugadero, mejana, lloradera, redolino, ternasco (86) y
vulturino: hay otras de excelente composición, como aguacibera,
aguallevado, ajo-arriero, ajolio (all
y oli, allioli; alium oleum),
alicortado, botinflado, cabecequia, malbusca, matacabra y matacán,
que no puede rehusar ningún gramático: hay otras perfectamente
significativas y en igual grado concisas y aun irreemplazables, como
los verbos alfarrazar, amprar, antecojer, atreudar, bolsear,
ceprenar, chemecar, entrecavar, favear, malvar y otras que son de
composición castellana con cierta libertad francesa.
A
todas las cuales, que de suyo no tienen equivalencia en castellano,
hay que añadir, porque tampoco no la tienen exacta, las palabras
alfarda, almenara, amelgar, amosta, antípoca, antor, apercazar,
apuradamente, atrazo, axobar, bimardo, borroso, boto, brazal,
cabecero, capacear, capleta, *cenero, cerpa, convenido, correntía,
crujida, cudujón, chorrada, emberar, empeltre, encabezado, fádiga,
hablada, lorza, mantornar, mañanada, marraga, masobero, modoso,
oleaza, panicero, picotear, racimo, rafe, ruello, saso, tardada,
taste, teruelo, terrón, tinglado, vellutero, venora, zaborra y
zancochar, todas o casi todas las cuales, y otras que aquí no
citamos ni definimos para prueba, como quiera que lo están en
nuestro Diccionario, debieran adoptarse como propias en el idioma
español, e igualmente las que se citan en la ENCICLOPEDIA ESPAÑOLA
(87), artículo de España lingüística, en cuya obra, que no debe
parecer sospechosa de provincialismo, se defiende resueltamente al
idioma aragonés y se inculpa gravemente a los castellanos por el
exclusivismo con que proceden en materias de lenguaje, prefiriendo en
muchos casos ostentar su pobreza más bien que adoptar de los
dialectos españoles aquello en que estos les superan.
Hemos
terminado con eso la tarea que nos habíamos impuesto, a la cual
vamos a dar cima con una sola observación. Puesto que se ha perdido
literariamente, aun en las márgenes del Ebro, el habla aragonesa;
puesto que lejos de perfeccionarse ni aun conservarse estos
dialectos, amenazan confundirse poco a poco en el idioma general;
bueno fuera que la lengua conquistadora utilizara en beneficio común
esos restos lingüísticos que de otro modo han de perderse, y
entonces, ya que el vocabulario aragonés ni se conservara sino en
libros como este u otros de mejor desempeño, ni sirviera sino como
una curiosidad filológica; contribuiría por lo menos a enriquecer
el acerbo común de la sin par lengua española, y, a cambio de
tantas glorias abdicadas en favor de la unidad ibérica, conservaría
el Aragón la de haber mejorado con su hermoso
dialecto el habla rica de Cervantes.