LA CORONA DE ARAGÓN. CONTRA LA MANIPULACIÓN DE LA HISTORIA DE ARAGÓN Y CATALUÑA.
José Luis Corral Lafuente.
La Historia es una materia propicia para la
manipulación. En este sentido, el caso de la
historia de la Corona de Aragón es paradigmático. A mediados del siglo XIX un movimiento cultural, y político, nacido en Barcelona y denominado “la
Renaixença” se empeñó en
cambiar la historia a base de
alterar definiciones y de
imaginar símbolos y espacios que jamás existieron.
En su desvarío
historiográfico, algunos eruditos de ese movimiento comenzaron a acuñar conceptos que nunca existieron como “la
Corona catalana-aragonesa”, “los
condes-reyes”, “los
reyes-condes”, “
los reyes de Cataluña”, la “
Confederación catalana-aragonesa” y otras denominaciones falsas, de ese mismo estilo, que culminó con la peregrina ya histórica denominación, ya en el siglo XX, de “
Els Països Catalans” para definir un inexistente territorio "
histórico" común en el que se incluían los actuales
Cataluña, Rosellón, Cerdaña, las comarcas orientales de
Aragón, la Comunidad de
Valencia y las
Islas Baleares.
La llamada
Corona de Aragón tuvo su origen en una
unión dinástica basada en una alianza
matrimonial, siguiendo el derecho medieval sucesorio
navarro y
aragonés y el derecho canónico. La
Corona de Aragón no se llamó así desde el principio. En el siglo XII ni los
reyes de Aragón ni los
condes de Barcelona tenían como distinción de su rango una "
corona". El primero de ellos en ser
coronado fue Pedro II, y
lo hizo en Roma en
1204 de manos (o mejor
de pies, según una leyenda) del
papa Inocencio III. Para ser
rey legítimo de
Aragón era necesario haber nacido de
matrimonio canónico, jurar los
fueros de Aragón, y luego los de los demás territorios de la
Corona, y ser
coronado en la
catedral de La Seo de Zaragoza.
Desde 1068 los
reyes de Aragón eran
vasallos de la
Santa Sede, y por tanto debían
juramento de
homenaje a los
papas. Por ello, la
monarquía aragonesa adoptó sus colores
heráldicos, el
rojo y el
amarillo, copiando los de su señor feudal, el
papado, pues esos eran los que usaban los
pontífices en la Edad Media.
La Corona de Aragón se sostuvo en sus soberanos y en la continuidad de su linaje, y ello a pesar de que los tres primeros, Alfonso II, Pedro II y Jaime I accedieron al trono en minoría de Edad, con algunas dificultades.
Los
Estados fundacionales de la llamada
Corona de Aragón fueron el
reino de Aragón (con la
reina Petronila) y el
condado de Barcelona (con el
conde Ramón Berenguer IV, que también lo era además de
Ausona, Cerdaña, Besalú y Gerona). Pero no de
Urgel, por ejemplo. Desde 1137 se fueron sumando otros territorios; en algunos casos por incorporación pacífica, como el
marquesado de Provenza o los condados de
Pallars y Urgel; en otros por
conquista a los musulmanes, como las tierras de
Lérida, Fraga, Tortosa, Teruel, el reino de Mallorca, el de Valencia o el señorío de Albarracín; y en otros durante el proceso de expansión mediterránea, como los reinos de
Sicilia, Cerdeña, Nápoles o los
ducados de
Atenas y
Neopatria en
Grecia.
Estos
soberanos nunca se intitularon “
reyes de la Corona de Aragón”, sino que lo hicieron con todos y cada uno de sus
títulos privativos. Así,
Petronila fue
reina de Aragón, como heredera de
Ramiro II, y
condesa de Barcelona, por su
matrimonio con
Ramón Berenguer IV, que fue
príncipe de Aragón y
conde de Barcelona;
Alfonso II fue rey de Aragón, conde de Barcelona y
marqués de Provenza;
Jaime I, rey de Aragón, rey de Valencia, rey de Mallorca, conde de Barcelona y señor de Montpellier; y
Pedro IV rey de Aragón, rey de Valencia, rey de Mallorca, conde de Barcelona y duque de Atenas y Neopatria, e incluso rey de Jerusalén, entre otros títulos. Y cuando se abreviaban los títulos y sólo se colocaba uno, siempre prevalecía el
más antiguo e
importante en el orden
protocolario:
rey de Aragón.
Desde luego, los soberanos de la Corona nunca se intitularon como “
reyes o condes de Cataluña”, pues aunque desde fines del
siglo XII ya aparece el macrotopónimo "
Cataluña", la idea de un territorio llamado Cataluña, de extensión similar a la actual Comunidad Autónoma española del mismo nombre, que englobara a la mayoría de los
condados cristianos altomedievales del noreste hispano, y a las tierras de
Lérida, Tarragona y Tortosa no se concretó hasta el reinado de
Jaime I, ya en el
siglo XIII, cuando comenzaron a definirse las
fronteras políticas entre los
reinos y
Estados de
Aragón, Cataluña y Valencia, que no quedaron perfiladas definitivamente hasta bien entrado el siglo XIV.
Dentro de la unidad dinástica de la
Corona de Aragón, cada uno de los
Estados que la integraron mantuvo sus
instituciones políticas, su
autonomía fiscal,
su lengua, sus
derechos, sus
costumbres, sus normas cívicas, su moneda, su sistema de medidas y su cultura hasta los Decretos de Nueva Planta impuestos por la dinastía de Borbón a comienzos del siglo XVIII. La Corona de Aragón fue un ejemplo de convivencia y tolerancia que, en su propia
historia, puede dejar no pocas enseñanzas a la
España y a la Europa contemporáneas.
Lamentablemente,
ultranacionalistas indocumentados o
tergiversadores están empeñados en
falsificar esta historia.